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Un pertinaz antropocentrismo domina nuestra cultura

Un pertinaz antropocentrismo domina nuestra cultura
14 de marzo del 2021. 10:00

El antropocentrismo sigue dominando el conocimiento humano, casi 500 años después de que el matemático y astrónomo Nicolás Copérnico estableciera que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol, poniendo fin así al geocentrismo dominante desde las primeras civilizaciones de nuestra especie.

La idea de que el heliocentrismo era la forma natural de la dinámica de nuestro sistema solar tardó tiempo en implementarse en la cultura humana, hasta que en la década de 1920 otro astrónomo relevante, Edwin Hubble, demostró fehacientemente que el Sol formaba parte de un complejo aún mucho mayor, nuestra galaxia, y que la Vía Láctea era tan solo una entre miles de millones de galaxias en el universo conocido.

Aunque todavía hoy quedan personas que consideran que es el Sol el que gira en torno a la Tierra, tanto la ciencia astronómica como la cultura popular más extendida han asumido que la Tierra gira alrededor del Sol.

Pero esta visión heliocéntrica ha quedado contenida en este marco astronómico, porque en nuestra cultura seguimos pensando en términos antropocéntricos: consideramos que el universo gira en torno al ser humano, que se define a sí mismo como la obra suprema de la evolución por su inteligencia y complejidad biológica.

Revolución conceptual

Revolución conceptual: Sin embargo, la ciencia ya ha establecido otra revolución conceptual que, como en el caso del heliocentrismo en el siglo XVI, todavía no ha sido percibida por nuestra cultura.

Lo más importante de lo que está pasando, sin que apenas nos demos cuenta, no es que el ser humano está evolucionando, sino que lo realmente trascendente es que en el universo se está desarrollando un proyecto evolutivo de dimensiones cósmicas, del que desconocemos casi todo y del que el ser humano forma parte, sin ser necesariamente el epicentro.

Es decir, el universo no ha surgido, como hemos creído hasta ahora, para posibilitar la evolución del ser humano, sino que tiene su propia dinámica evolutiva de la que nosotros formamos parte, sin saber muy bien lo que significamos en ese contexto.

Algo de eso ya hemos intuido porque sabemos positivamente que el destino natural de la especie humana es su desaparición, como ocurre con todas las especies conocidas.

Sabemos también que el universo tiene sus ciclos de dimensiones colosales para nosotros, y que galaxias, estrellas, planetas, agujeros negros y agujeros de gusano, todos ellos tienen también principio y fin.

Es imposible que el ser humano sea el epicentro de todo este galimatías cósmico, pero vivimos creyendo que el universo gira en torno a nosotros, que tenemos el derecho a ocuparlo y colonizarlo en nuestro beneficio, sin tener en cuenta ni comprender siquiera la dinámica que rige la evolución del universo.

Trascendernos a nosotros mismos

Trascendernos a nosotros mismos: Si queremos salir del espejismo antropocentrista en el que todavía estamos, debemos ser capaces de contemplar la evolución universal desde fuera de nuestra mentalidad humana, tratar de comprender la lógica (si es que la hay) que rige la evolución del universo, al margen de lo que pasa en un pequeño hormiguero de la Vía Láctea que es el planeta Tierra.

En términos científicos, no se trata solo de armonizar la física cuántica con la Relatividad, ni siquiera de construir una nueva física que trascienda el Modelo Estándar de la física de partículas. También es preciso que penetremos en el impulso evolutivo que sabemos es imparable, incontrolable y completamente ajeno a nuestra comprensión.

Trascender nuestra mirada es algo que debemos hacer si queremos superar el antropocentrismo que todavía nos atrapa en la cultura humana, redescubrirnos en un nuevo escenario evolutivo desde el cual comprender la verdadera naturaleza de nuestro “ser en el mundo” (Heidegger) y desarrollar así relaciones más armónicas y coherentes entre los seres humanos, la naturaleza terrestre y el universo en evolución.

Debemos asumir, con realismo y humildad, que el universo no es antropocéntrico, sino que esconde otra evidencia todavía más significativa: nos desvela que nuestra evolución personal tampoco gira en torno a nosotros mismos, no es homocéntrica, entendiendo homo como género humano.

El mito de la careta

El mito de la careta: El protagonismo de la persona o prósopon (que según el griego antiguo significa “delante de la cara, máscara”) en nuestra evolución también es cuestionable, a la luz de los últimos conocimientos científicos.

El neurocientífico Francisco J. Rubia ha señalado que el Yo es un espejismo que vive una experiencia virtual, que el cerebro nos pinta como real. Considera que el Yo sería una construcción ilusoria que aísla al sujeto de su entorno, haciéndole creer que tiene una autonomía existencial que no es real. Borges llamaba a ese espejismo de nuestra personalidad “un montón de espejos rotos”.

Si queremos ser consecuentes con estas constataciones, debemos explorar otra forma de entendernos a nosotros mismos, sin que toda nuestra vida gire en torno a una personalidad que, en realidad, no es sino una creación cerebral que cumple un cometido evolutivo temporal.

También sabemos que la vida es un sistema dinámico que evoluciona con el tiempo. Gracias a la teoría del caos, hemos descubierto que esa evolución está impulsada por atractores extraños, esas regiones del espacio ajenas a los sistemas que inspiran su dinámica cuando entran en régimen caótico.

Si realmente, como suponemos, detrás de la evolución cósmica hay un atractor extraño, una especie de élan vital, tal como lo intuía Bergson en 1907, una fuerza hipotética que causa la evolución y el desarrollo de los organismos, que rige en la sombra la dinámica de los universos, planetas, estrellas e incluso la vida, ese impulso seguramente está también dentro del ser humano: podemos reconocerlo porque nos sacó de las cavernas prehistóricas y nos ha llevado a la Luna y más allá.

Proyectados más allá del tiempo y el espacio

Proyectados más allá del tiempo y el espacio: Nos cuesta reconocer a ese supuesto atractor porque atribuimos la proeza evolutiva humana al desarrollo de nuestras potencialidades cognitivas y sociales, pero podemos tal vez descubrirlo, comprenderlo e incluso amarlo, si somos capaces de observarnos con una nueva mirada más allá del antropocentrismo.

Si damos ese paso, seguramente veremos el universo de otra forma y nos sentiremos mejor con nosotros mismos y podremos asumir que, como el universo, cada uno de nosotros está también proyectado de alguna forma fuera del tiempo y el espacio.

Si el universo, como suponemos, no perdura en sus formas, sino a través de ese impulso o atractor extraño que suponemos está detrás del Big Bang, nosotros podemos aspirar también a una forma de existencia más allá de la materia orgánica que es la base de nuestra ilusoria personalidad.

Hemos asumido que ese universo del que formamos parte es un proceso animado por un impulso vital y que ese atractor extraño perdura más allá del nacimiento y muerte de galaxias, estrellas y planetas, de partículas elementales paradójicas que viven y mueren a la vez comportándose como ondas y partículas simultáneas.

Al igual que el universo, podemos proyectarnos fuera del tiempo y el espacio si asumimos que ese impulso o atractor que forma parte del universo, está integrando también la realidad humana, más allá de la vida y la muerte de las células y moléculas que componen nuestro universo orgánico.

Que la materia sea casi inmortal, como dice el físico François Vanucci, es una pista que alienta esta posibilidad: quizás vivamos eternamente porque compartimos el mismo impulso que anima la evolución del universo. Lo suponemos porque tenemos indicios de que la consciencia puede ser independiente del cerebro, tal como sugiere Bruce Greyson. En este contexto, sería como nuestro particular atractor externo.

Superar el antropocentrismo

Superar el antropocentrismo: Parece llegado el momento, por tanto, de superar el antropocentrismo en el que estamos atrapados, no solo en la comprensión del universo, sino también en nuestra visión de la evolución y en la percepción que tenemos de nosotros mismos, si queremos dar un paso adelante en una mejor comprensión de lo que está pasando en el universo y de lo que nos está pasando a nosotros como especie.

Seguramente, ese salto cultural nos situará en otro momento crítico de la evolución humana y nos abrirá nuevos horizontes que explorar, solo perceptibles si somos capaces de contemplar el mundo desde una atalaya que está más allá de nosotros mismos.

Y seguramente también, si en el pasado y en cualquier otra parte del universo, otras civilizaciones dieron ese salto cultural, sería tal vez el momento de percibirlos porque compartimos la misma mirada que lo hace posible.

La paradoja de Fermi (si hay tanta probabilidad de otras civilizaciones, ¿dónde está todo el mundo?) quedaría resuelta. Las hormigas se habrían dado cuenta, por fin, de que comparten la vida con los humanos del jardín.

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