¿Para qué sirven los militantes?
El 15M y las protestas a lo largo y ancho del mundo alumbraron el mito de que referendos, primarias y consultas a las bases mejorarían la calidad de las imperfectas democracias. ¿Lo han conseguido?
Manifestantes en la Puerta del Sol de Madrid el 21 de mayo de 2011. LUIS SEVILLANO
Un repaso de la vida interna de los partidos políticos durante las últimas décadas y hasta el día de hoy muestra un resultado llamativo: cuando la militancia es más escasa, más poder de decisión acumula dentro de la organización. La pérdida progresiva de afiliados en relación con el conjunto del electorado en las democracias occidentales coincide con la puesta en marcha de nuevas formas de participación de las bases en los procesos de selección de líderes y candidatos.
En España, donde el número de afiliados aumentó tras la transición a la democracia, se ha generalizado una de las fórmulas de participación interna menos extendidas en el resto de países, como es la consulta a la militancia durante el proceso de formación del Gobierno. Así ocurría hace unos días, cuando afiliados del PSOE, Podemos, Izquierda Unida y ERC fueron convocados a posicionarse sobre las estrategias de negociación para la investidura o la coalición entre Podemos y el PSOE. A pesar de esas novedades, España destaca comparativamente por tener un nivel de militancia bajo si lo equiparamos con las democracias más consolidadas y también porque los afiliados muestran una visión más crítica de la democracia interna en sus propios partidos que la que expresan en otros países europeos.
En general, los partidos de las democracias avanzadas suelen embarcarse en reformas que otorguen voz directa a las bases para solucionar problemas concretos, ya sea de naturaleza inmediata —como una debacle electoral o la merma de afiliados— o de largo plazo, como la pérdida de legitimidad. Sobre los primeros, los análisis de Luis Ramiro, profesor de Ciencias Políticas en la UNED, muestran que el PSOE impulsó las primarias en municipios donde los apoyos del partido eran más débiles y que donde se convocaron el partido consiguió en promedio mejorar sus resultados electorales. También sabemos que en Canadá, el Reino Unido o Israel los partidos han ganado afiliados desde que se establecieron las primarias para la elección de líderes. Pero no está claro si ese es el tipo de afiliación ideal que buscan los partidos. Se trata de una militancia de naturaleza más intermitente e instrumental que una militancia con fuerte identificación ideológica. Muchos de los nuevos afiliados que se registran en esos países durante el proceso de primarias dejan que su afiliación languidezca tras las elecciones.
Las formaciones políticas acaban ofreciendo más capacidad de decisión, pero sin acompañarla de debate interno
El deterioro de la legitimidad de los partidos es uno de los factores de fondo que explican los cambios en el papel de la militancia. En España, las críticas al funcionamiento de la democracia que eclosionaron en el año 2011 con el movimiento 15M cuestionaron frontalmente el papel de los partidos tradicionales como canales de representación de los intereses de la ciudadanía. La confrontación entre democracia directa y representativa que dominó el discurso de los movimientos sociales se trasladó al funcionamiento interno de los partidos y la relación entre aparatos y bases. El PP y el PSOE, principales destinatarios de las críticas, eran percibidos como formaciones anquilosadas dedicadas a repartirse el poder institucional. Los movimientos sociales que protagonizaron las protestas de aquellos días reivindicaban su naturaleza apolítica para enfatizar su desvinculación de los partidos tradicionales. Y la organización de la sociedad civil y las formas de decisión asamblearia se contraponían a los partidos políticos y a su falta de democracia interna.
La reacción de los partidos fue introducir cambios que promovieran una mayor participación de la militancia y de la ciudadanía en general como forma de legitimarse frente a un electorado cada vez más alejado. No todos lo hicieron con la misma intensidad: en general, como muestran los análisis de Javier Astudillo, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Pompeu Fabra, las formaciones de izquierdas en España y en Europa han sido más propensas que las de derechas a otorgar un mayor papel a sus afiliados en la elección de líderes. Sin embargo, que el Partido Popular inaugurase unas primarias descafeinadas en julio de 2018 indica que la dinamización del papel de la militancia gana transversalidad ideológica. Si los partidos perciben que en cuestiones de democracia interna se está conformando un consenso por encima de las divisiones ideológicas, todos acabarán introduciendo cambios en las relaciones entre militancia y aparato en la misma dirección, aunque varíen en el alcance de sus medidas.
Hoy en día, tras más de ocho años desde el 15M, no parece existir alternativa alguna a los partidos políticos, pues siguen siendo los principales responsables de canalizar los intereses de la ciudadanía hacia las instituciones. Y ello a pesar de que ahora cosechan una peor valoración en la opinión pública que en 2011 y continúan figurando entre las instituciones que generan más desconfianza. Es cierto que no son exactamente los mismos partidos que antaño: en la actualidad se exponen a una mayor fiscalización pública de la relación entre la militancia y aparato y a una menor tolerancia de las bases a la ausencia de voz en los procesos de decisión. Incluso han incorporado ecos del discurso populista en las luchas internas por el poder. El binomio élites-pueblo ha permeado las relaciones intrapartido en forma de un relato donde la militancia se equipara al pueblo y el aparato a las élites. Ese paralelismo ha modernizado la tradicional competición interna entre los candidatos de aparato y candidatos de las bases. Aspirantes al liderazgo del partido de diferente signo ideológico (desde Sánchez hasta Casado) se han arrogado la representación de los intereses de la militancia frente a sus contrincantes.
Sin embargo, de las reivindicaciones de un mayor debate interno y una mayor capacidad de decisión de la militancia que se efectuaban en 2011, los partidos han acabado ofreciendo solo una parte: más capacidad de decisión, pero sin acompañarla en la misma medida de debate interno. Además, al abrir los procesos de participación a los simpatizantes, el efecto de la militancia sobre las decisiones del partido ha quedado diluido.
Los nuevos afiliados, a menudo, son de una naturaleza más intermitente y con menor identificación ideológica
En un escenario donde el impulso al debate interno no se equipara al impulso de la consulta a las bases, la militancia corre el riesgo de convertirse en un bien de consumo al servicio de la cúpula del partido. Los afiliados hace tiempo que dejaron de ser un bien de inversión para los partidos: ya no representan el capital necesario para movilizar a los votantes durante la campaña electoral, socializar a sus miembros en la cultura e historia del partido o nutrir la lista de candidatos. Si el partido organiza más los procedimientos de consulta que el propio debate, la militancia puede acabar convirtiéndose en un activo listo para el consumo de sus líderes, que acuden a ella para validar sus decisiones, reivindicando ocasionalmente la conexión directa con las bases para circunvalar así la oposición interna del aparato.
La aceptación de los partidos de formas de vinculación más laxas (simpatizantes) responde en gran medida al delicado equilibrio entre la atención que deben procurar a su militancia y la que deben profesar a los votantes. Para atender a los primeros necesitan abrir el partido al debate interno, pero para convencer a los segundos deben preservar la unidad de discurso. La democracia interna aumenta la voz de las bases, pero las discrepancias internas pueden lastrar la capacidad política del partido si las divisiones ideológicas generan incertidumbre en los votantes sobre la dirección política del partido. Igualmente, como el aumento de la democracia puede amplificar las divisiones internas existentes, los partidos temen que el conflicto genere rechazo en el electorado. Además, cuanto más alejadas estén las posiciones ideológicas de los afiliados respecto a los votantes, más difícil será para el partido responder a la vez a los intereses de ambos grupos. Los partidos han intentado rebajar estos dilemas entre votantes y militancia abriendo los procesos de decisión a los simpatizantes del partido, cuyas preferencias pueden ser más similares a las de los votantes.
Los dilemas de atender a la militancia se agravan en un entorno político más fragmentado como el actual, pues el dinamismo interno de las bases debe ser compatible con la mayor capacidad de adaptación que requiere la consecución de acuerdos. La política de pactos para configurar mayorías parlamentarias obliga a una mayor unidad interna dentro de los partidos, pues para que estos sean capaces de imponer internamente los sacrificios y concesiones que conlleva pactar con otras formaciones deben poder actuar de manera compacta, minimizando las fisuras internas.
En ocasiones se reivindica la conexión directa con el militante para circunvalar la oposición interna en el partido
¿Cómo compatibilizar las necesidades que impone un entorno político más fragmentado sin dar un paso atrás en las nuevas vías de participación abiertas a la militancia? Los principales partidos en España —PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos— parecen haber optado por reforzar la unidad del aparato con direcciones más cohesionadas ideológicamente. Una cúpula más homogénea permite una mayor capacidad de maniobra a la hora de definir alianzas con otras formaciones. Si los excluidos de la dirección no son muchos ni están organizados dentro del partido, la ausencia de división en la cúpula puede minimizar el riesgo de división en las bases. Este es el nuevo equilibrio en el que operan los partidos y que define la forma en la que se acercan a su militancia: un cortejo contenido, que les permita mantener al mismo tiempo las credenciales democráticas y cierta capacidad de maniobra, más necesaria que nunca cuando la necesidad de acuerdos obliga a los partidos a flexibilizar sus programas y a adaptarse con rapidez ante un electorado más volátil.
Sandra León es politóloga e investigadora Talento Sénior en la Universidad Carlos III de Madrid.
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