Autor Javier G. Jorrín,
La mitad de las empresas espera que la automatización provoque una reducción de sus plantillas en los próximos años. Este resultado, extraído del último informe del Foro Económico Mundial, muestra hasta qué punto las empresas confían en producir más con menos recursos. Desde esta perspectiva, el problema cambia: ya no es de pobreza, sino de reparto de la riqueza.
Si los robots sustituyen a los trabajadores, ¿quién financiará las pensiones? En España, el Pacto de Toledo abrió la puerta, durante la pasada Legislatura, a buscar «mecanismos innovadores que complementen la financiación de la Seguridad Social». El debate sobre la cotización de los robots no ha hecho más que empezar y cada vez cuenta con el respaldo de más economistas.
En España, el grupo de debate Cibercotizante quiere impulsar un debate político y social para buscar la sostenibilidad del sistema público de pensiones ante el escenario de sustitución de mano de obra por robots. «No solo se están produciendo desempleados, sino inempleables, es decir, aquellas personas que pierden para siempre su ocupación», explica José Joaquín Flechoso, impulsor del grupo. «Si la automatización eleva la producción, pero reduce la participación del empleo, entonces las pensiones necesitarán ser financiadas con algo más que las nóminas de los trabajadores», explica Seth G. Benzell, investigador en la Iniciativa sobre la Economía Digital del MIT.
Estos son los diferentes escenarios para que los robots contribuyan al sostenimiento del estado de bienestar.
1. Eliminar los estímulos a la robotización.
Actualmente, los robots cuentan con una ventaja comparativa importante respecto a los trabajadores: los beneficios fiscales a la inversión. En España, por ejemplo, las empresas cuentan con deducciones en el impuesto sobre sociedades a la inversión, caso que no existe (o no en tal cuantía) para la contratación de trabajadores. Eliminar estos beneficios fiscales igualaría la competencia entre trabajador y máquina, o lo que es lo mismo, dejaría de subsidiar la sustitución de mano de obra. El problema es que también eliminaría un estímulo a la inversión en tecnología.
Las bonificaciones a la inversión en autómatas son una clara invitación a sustituir mano de obra por capital «Las bonificaciones a la inversión en autómatas son una clara invitación a sustituir mano de obra por capital», explica Francisco Ginel, profesor del Máster de Ciberseguridad del IE, «no debemos gravar la innovación, pero tampoco sería lógico subsidiar inversiones que están diseñadas para sustituir empleos».
2. Que el robot cotice como el trabajador sustituido.
«Si un trabajador realiza una labor por la cual percibe 50.000 dólares, sus ingresos se gravan, por tanto, si un robot entra para hacer lo mismo, usted, pensaría que deberíamos aplicar el mismo criterio». Esta frase, de Bill Gates, refleja el espíritu de esta segunda fórmula: mantener la misma carga fiscal del trabajador cuando sea sustituido por una máquina. Esto es, que la empresa siga pagando las cotizaciones sociales correspondientes a un trabajador para que no exista un incentivo fiscal a la eliminación de puestos de trabajo.
Esta solución tiene el gran problema de determinar qué renta del trabajo ha sustituido cada robot. Por ejemplo, una empresa que invierte en robots pero no destruye empleo no tendría que sufrir esa carga fiscal. Sin embargo, podría estar ganando cuota de mercado gracias a su mayor productividad y provocar despidos en otra empresa de la competencia. Otro ejemplo: que una empresa despida a los trabajadores un tiempo después de instalar el robot y que alegue otro motivo del despido, ¿cómo demostrar la causa y efecto?
3. Un impuesto sobre el ‘extra’ de productividad.El beneficio de la robotización procede de su mayor productividad respecto a la que generan los trabajadores. O lo que es lo mismo, con menos gasto genera mayor producción. Esta capacidad económica ‘extra’ es susceptible de gravamen, como determina la Constitución Española. En este sentido, la opción perfecta sería la que gravase únicamente este extra de productividad generado por dicho robot. Para ello sería necesario estimar la productividad estándar de los trabajadores y aplicar un gravamen al extra de productividad generado por el robot.
Este impuesto sería muy efectivo, ya que afectaría justo a la producción extra que aporta el robot. Sin embargo, tiene un gran punto en contra, y es la dificultad para estimar la productividad estándar del trabajador.
4. Una vía más sencilla: endurecer sociedades.
Este escenario es más sencillo, pasa por elevar el tipo nominal del impuesto sobre sociedades. Como la robotización aumenta la rentabilidad y el impuesto que grava los beneficios ya existe, basta con darle una vuelta de tuerca más.
Esta medida sería muy efectiva, ya que elevaría rápidamente la recaudación sin necesidad de idear nuevas figuras tributarias, y también eliminaría problemas legales sobre doble imposición. El problema es que este tributo no distingue la fuente del beneficio y grava a todos por igual, de modo que afectaría a cualquier tipo de rentabilidad, también la generada por el capital humano.
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5. Una tasa a la compra de robots.
Como es muy complicado calcular la productividad real de cada robot, se puede aplicar una tasa a la compraventa de los robots. Se trataría de un tributo aplicado sobre el precio de venta de las máquinas, algo similar al IVA. El principal punto a favor de este escenario es que permite adelantar los recursos públicos, antes incluso de que la empresa despida a los trabajadores que vayan a ser sustituidos por las máquinas. Esto permite crear unos recursos públicos que se pueden destinar a la recolocación de esos trabajadores. El problema es que puede suponer un gran freno a la inversión, en especial en los sectores en los que el diferencial de producción de las máquinas sea limitado. Además, afectaría más a las pymes, que suelen ser empresas con menos recursos y tienen más dificultades para realizar grandes inversiones.
6. ‘Bonus-malus’.
Una opción que tienen en su mano los estados para fomentar una práctica en contra de otra es el conocido como ‘bonus-malus’. Este sistema es sencillo: se premia la conducta que se quiere favorecer y se penaliza la opuesta. En este caso, se trataría de reducir los impuestos o las cotizaciones sociales para las empresas que tengan mayor tasa de empleo o que originen nuevos puestos de trabajo. Por el contrario, se aplicaría una penalización a las empresas que sustituyeran mano de obra. «Los creadores de puestos de trabajo serán recompensados y el que no cree empleo tendrá una tasa más alta», explica Flechoso.
Los creadores de puestos de trabajo serán recompensados y el que no cree empleo tendrá una tasa más alta Este sistema tiene algunas complicaciones. Por ejemplo, hay sectores que son más intensivos en mano de obra, como la sanidad, la educación o la construcción, y otros que menos, como la industria. Sería necesario pulir el tributo para que valore a cada empresa en función de sus comprables. Además, la fluctuación del ciclo económico genera épocas de contratación y otras de despidos, por lo que habría que vigilar que no se aplica el ‘malus’ a empresas que estén reduciendo su plantilla por estar atravesando problemas económicos.
7. Subir el IRPF de las rentas del capital.
Si las rentas del capital siguen sustituyendo a las del trabajo, entonces se podría gravar directamente a los propietarios a través del IRPF. En España, las rentas del capital tributan hasta un máximo del 23%, menos de la mitad que el IRPF del trabajo. El principal punto a favor de esta fórmula es que apenas desincentivaría la inversión de las empresas, ya que sus beneficios no se verían afectados. El problema es que se gravarían todas las ganancias de productividad, no solo las derivadas de la robotización.
8. Subir el IVA.
Los dividendos de la robotización se pueden gravar de forma indirecta a través del consumo de los ahorradores. Esto supondría elevar el IVA, que elevaría la contribución de quienes más consumen. El principal punto a favor de este escenario es que el IVA es, probablemente, el impuesto que menores distorsiones económicas genera. En ningún momento afectaría a la inversión, de modo que las empresas seguirían invirtiendo en tecnología al mismo ritmo.
El problema es que el IVA es regresivo, ya que las rentas bajas destinan más proporción de sus ingresos al consumo, de modo que acaban pagando más. Para evitar este efecto, sería necesario compensar a estas rentas bajas con transferencias o ayudas sociales. «Se puede establecer un IVA más progresivo», explica Benzell, «y la progresividad neta podría lograrse con programas de gasto o transferencias del gobierno».
9. La ‘tasa Google’.
Se trata de otra vía para gravar la robotización de forma indirecta, que no afecte directamente a la producción generada por el robot, sino al beneficiario del capital. En este contexto se enmarca la propuesta de la Comisión Europea de crear un impuesto sobre determinados servicios digitales, conocido popularmente como ‘tasa Google’. Este tributo afecta a las compañías digitales, que se benefician de su inversión en tecnología. El inconveniente es que este tributo no se ideó para contrarrestar los efectos de la robotización, sino para limitar los trucos (legales e ilegales) de las grandes tecnológicas para no pagar impuestos en los países en los que generan el negocio. Eso significa que no es eficaz a la hora de gravar la robotización.
10. Un «impuesto moderado».
El Nobel de Economía de 2006, Edmund Phelps, pidió esta semana, durante su visita a España, un «impuesto moderado» a la robotización que contribuya al sostenimiento de las prestaciones sociales. Aunque no profundizó en cómo debería ser su diseño, va en línea de las recomendaciones de UGT, que pide establecer un impuesto finalista que grave la robotización de forma similar a la tributación actual sobre la automoción o la contaminación. Sería una forma de internalizar en la empresa las externalidades negativas (deseconomía) provocada por la sustitución de trabajadores por máquinas.
11. (BIS). Los robots también pueden financiar la formación.
Los fondos públicos procedentes de estos impuestos a los robots pueden emplearse también para mejorar el sistema educativo español, que necesita un claro impulso. El impacto de la robotización será mayor en las profesiones de baja cualificación y escaso valor añadido, de modo que existe un gran grupo de la población en riesgo de perder su trabajo y que necesitan formación.
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Algunas de las profesiones van a desaparecer en un futuro no muy lejano. Eso significa que para no dejar a una buena parte de la población al margen, será necesario elevar la inversión formativa. Según las previsiones del Foro Económico Mundial, la robotización puede producir la pérdida de 75 millones de puestos de trabajo en el mundo, que serán sustituidos por máquinas.
Pero, al mismo tiempo, se crearán 133 millones de empleos nuevos que hoy no existen. Esta gran oportunidad ampliará la brecha entre los países que apuesten por la formación y los que no lo hagan.
Para 2022, no menos del 54% de los trabajadores habrán necesitado una recapacitación o una mejora de la misma «La cotización de los robots tiene que plantearse en paralelo a políticas formativas de primera magnitud», señala Flechoso. El objetivo no es solo preparar a las nuevas generaciones, sino también recolocar a quienes ya son adultos. «Para 2022, no menos del 54% de los trabajadores habrán necesitado una recapacitación o una mejora de la misma», señala el experto. Esto significa que es necesario fomentar la formación continua, no solo para los jóvenes o los desempleados, también para los trabajadores. Solo así podrá evitarse que su trabajo sea prescindible en el futuro.