Los genios de la Historia o como cambian en función de los intereses financieros

Tesla, el inventor de la modernidad


Si quieres encontrar los secretos del universo, piensa en términos de energía, frecuencia y vibración.

Nuevas películas, libros y hasta ‘Doctor Who’ recuperan al genio


Tesla, el inventor de la modernidad
Nikola Tesla en 1899 en su laboratorio de Colorado Springs (Stefano Bianchetti / Getty)
Barcelona,

Genio excéntrico o loco. Un moderno Prometeo capaz de entregar, en vez del fuego, la luz –eléctrica– a los humanos y ser castigado por los dioses, por las grandes empresas de su tiempo, para convertirse décadas más tarde en icono del actual Silicon Valley. Un humanista que también es objeto de culto. Y, en todo, caso, el inventor de la modernidad, del siglo XX, de la corriente alterna en la que se basa nuestra sociedad hoy. Sin duda, el mayor geek de la historia. Nikola Tesla. Un ingeniero que aseguraba que nació exactamente a medianoche y por eso no tenía cumpleaños ni lo celebraba –aunque también decía que nació con el corazón latiendo en el lado derecho y que tras un accidente en la adolescencia acabó en el izquierdo–, y que llegó al mundo en 1856 en Smiljan, una aldea serbia del imperio austrohúngaro, hoy Croacia. De hecho, el aeropuerto internacional de Belgrado lleva su nombre. Y no es el único homenaje: dos nuevas películas, Tesla y The current war , protagonizadas por estrellas como Ethan Hawke o Benedict Cumberbatch, series – Doctor Who – y libros siguen alimentando el mito –y recordando su espectacular combate con Edison, defensor de la corriente continua– de este hombre que en los últimos años daba de comer a las palomas, a las que siempre adoró, incluso en las habitaciones de los hoteles en los que vivía.   

Y es que si en vida no acabó olvidado – Time le dedicó la portada por sus 75 años (“Tesla: el mundo es su planta eléctrica”, tituló), la prensa de Nueva York aún acudía a sus excéntricas presentaciones ya octogenario, y le llegaban honores de la Europa que dejó atrás a los 28 años–, sí se le consideraba entre estrambótico y estrafalario, con su idea de un poderoso rayo letal que acabaría con las guerras, su sueño de establecer comunicación con civilizaciones extraterrestres, leer la mente mediante la conexión de un equipo de televisión a la retina o… la posibilidad de transmitir energía e información sin cables a todo el planeta para que todos pudieran disponer de ella sin coste alguno.

El hombre que nació en una noche de tormenta, niño con sentidos ultrasensibles y enfermizo –fue incluso desahuciado– y voraz lector de Mark Twain, al que conoció de mayor, falleció en 1943 en la habitación 3327 del hotel New Yorker, donde vivía desde 1934 gracias a los pagos que, como ayuda, le empezó a hacer la Westinghouse, de la que fue el inventor estrella. Pero de 1900 a 1922, en su esplendor, había vivido en el Waldorf Astoria. Luego cayó al St. Regis, de donde le echaron en un año por problemas con las palomas. Sería el inicio de un periplo hotelero con cuentas impagadas hasta que llegó su antigua compañía. Un final no exactamente
glorioso para el inventor de la corriente alterna, de la era de la electricidad para todos, y que puso la semilla o preconcibió el radar, los computadores, la robótica, la radio –ganó después de muerto el pleito con Marconi–, los rayos X, las centrales geotérmicas, las lámparas fluorescentes, las armas teledirigidas o los mismísimos móviles.

Un genio poco práctico que podría haber acabado sus días como archimillonario si no hubiera renunciado a los derechos de sus patentes sobre su invento para que el empresario George Westinghouse pudiera extender la corriente alterna por el país frente a un Edison que ya había comenzado a implantar efectivamente su mucho menos práctica corriente continua y que, en la lucha por imponerse, no dudaba en enviar a sus trabajadores a electrocutar perros y caballos por las calles de las grandes ciudades para mostrar los supuestos peligros del invento de Tesla.

DE ARCHIMILLONARIO A POBRE

Renunció a sus derechos a la corriente alterna para ganar la batalla contra Edison

El propio Tesla hacía demostraciones a favor de su idea: en 1891 en la Universidad de Columbia, recuerda el libro Tesla: inventor de la modernidad (Indicios), de Richard Munson, el imponente serbio de 1,92 con su elegante chaqué de cuatro botones marrón oscuro, espeso bigote y cabellos ondulados con acusada raya en medio, mirada profunda y voz chillona, casi de falsete, comenzó a zarandear tubos llenos de gas entre láminas de zinc electrificadas de modo que, describió un periodista, “parecían una espada luminosa en la mano de un arcángel que representaba la justicia”. “El señor Tesla parecía actuar como un auténtico mago”, escribió otro.

Justamente la batalla entre Westinghouse y Edison es el objeto de The current war (La guerra de las corrientes), estrenada estos días con Benedict Cumberbatch como Edison y Nicholas Hoult como Tesla. En cambio, en Tesla , que se acaba de presentar en el festival de Sundance, es Ethan Hawke el que da vida al serbio y Kyle MacLachlan el que encarna a Edison. Un filme en el que evocan cómo las primeras ideas del científico aparecieron de niño al acariciar el lomo de su gato negro Macak y saltar crepitantes chispas. Su padre le dijo que era electricidad. Él se preguntó, recordando los rayos en el cielo, si la naturaleza era un gato gigante. Y entonces, ¿quién rascaba su lomo? Aunque, señala el nuevo libro Tesla (Oberón), de Richard Gunderman, sería estudiando en Budapest, y tras una grave crisis nerviosa, cuando el inventor, mientras recitaba el Fausto de Goethe, que se sabía de memoria, logró los avances más importantes en el desarrollo del campo magnético rotativo de corriente alterna.

Sería el momento de compartir sus ideas con el inventor más prolífico de la época, Edison, para el que trabajó primero en París y luego a su llegada a EE.UU. Trabajó incansablemente para él y mejoró el diseño de 24 máquinas de su compañía, pero se marchó enfadado: Edison le había prometido 50.000 dólares de recompensa, y cuando le pidió el dinero, él replicó: “¡Qué poco ha aprendido del humor americano!”. Comenzaría su etapa más gloriosa, con la extensión de la corriente alterna en asociación con Westinghouse, que tuvo su mayor éxito al iluminar totalmente la exposición mundial colombina de 1893 en Chicago. Luego llegaría la central hidroeléctrica en las cataratas del Niágara. Y sus laboratorios, como el de Colorado Springs, donde podía dar rienda suelta a su imaginación, y crear su famosa bobina, o el control remoto, o lo que serían luego los rayos X en manos de Roentgen o la construcción en 1900 –con dinero del banquero J.P. Morgan– de una enorme torre de transmisión global de telefonía, radio y energía sin cables, que podría emitir a todo el mundo a través de la ionosfera. Fue su mayor fracaso, abandonada por falta de fondos y superado por Marconi, que logra en 1901 la primera transmisión trasatlántica de radio basándose en el trabajo de Tesla.

UN INVENTOR EN EL CINE

Ethan Hawke y Nicholas Hoult le dan vida en sendos filmes; Bowie ya lo había hecho

Célibe, obsesionado con los microbios por las enfermedades que sufrió de niño, calculador del contenido cúbico de los platos que comía, caminando siempre con un número de pasos múltiplo de tres –con 9 o 18 servilletas al comer–, de memoria prodigiosa, trabajador incansable y de enorme arrojo, refinado, brillante, elegante, culto, también jovial y relajado y con amigos como el matrimonio Johnson, pero casado con la ciencia –y con una paloma a la que cuidó años y cuya muerte le destrozó–, en 1926 en una entrevista, mostrando su carácter visionario, aventuró: “Está al llegar un nuevo orden sexual en el que la mujer será superior. Nos comunicaremos de manera instantánea mediante un dispositivo en el bolsillo del chaleco. Los aviones surcarán los cielos, sin tripulación, pilotados y dirigidos por radio. Se transmitirán sin cables cantidades ingentes de energía a grandes distancias. Los terremotos serán cada vez más frecuentes. Las zonas templadas se tornarán glaciales o tórridas. Y algunos de estos acontecimientos impresionantes no están muy lejanos”.

Sobre el aparato que dejaría obsoleto al teléfono que existía entonces y que se podría llevar en el bolsillo abundó: “Cuando la técnica inalámbrica se aplique a la perfección, toda la tierra se convertirá en un enorme cerebro –en realidad, lo es–, y todas las cosas serán partículas de un todo genuino y rítmico. Podremos comunicarnos los unos con los otros de manera instantánea, independientemente de la distancia. No sólo esto, sino que a través de la televisión y la telefonía podremos vernos y oírnos tan perfectamente como si estuviéramos cara a cara, a pesar de que las distancias que medien sean de miles de kilómetros. Podremos asistir a eventos –la investidura de un presidente, los partidos del campeonato mundial de algún deporte, los estragos de un terremoto o el horror de una batalla– y oírlos exactamente como si estuviéramos presentes”.

Con confianza en la humanidad, pronosticó que la consecuencia sería que “las fronteras internacionales quedarán abolidas y se habrá dado un gran paso hacia la unificación y la existencia armoniosa de las diversas razas que habitan el globo”. Por lo pronto, es el ídolo de los que están cambiando ese globo, como Larry Page, de Google, y Elon Musk, con sus coches eléctricos Tesla.

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