El libro ‘No Society’ de Christophe Guilluy es un diagnóstico de la crisis de la democracia como sistema político mediante un acercamiento a la realidad de las clases populares
En la tormenta de ideas con las que intentamos darle forma a este presente líquido y prevenir este temible porvenir son especialmente criticados los diagnósticos populistas: las “soluciones sencillas a problemas complejos”, que es precisamente como se suele definir el populismo. Hablamos ahora de exabruptos o huidas hacia delante, como por ejemplo la consagración de Trump como presidente de los Estados Unidos a partir de sus mentiras flagrantes, de la incesante escalada del Frente Popular francés, del proceso separatista catalán, del Brexit…
Fenómenos diversos que tienen en común el racismo, el recurso desacomplejado a la falsedad, a la mentira…
Entre las minorías urbanas e ilustradas, inmunes a esos virus, se da una acentuada tendencia a despreciar a los votantes de esas opciones lamentables, a considerarlos bárbaros, racistas, poco menos que trogloditas contra cuya voluntad es preciso levantar un muro infranqueable, al precio que sea, en la confianza de que el paso del tiempo hará lo demás para desactivar la amenaza que representan.
El desprecio es una forma de pereza intelectual –a veces justificada, ciertamente–, una flojera de la inteligencia; y de esta idea se sigue que lo inteligente frente a estos populismos que ciertamente nos interpelan es, en un primer momento, la comprensión del fenómeno en vez de su reducción a la caricatura.
Es lo que ha hecho Christophe Guilluy: un esfuerzo por ponerse en la piel del otro, esfuerzo especialmente meritorio siendo él un típico intelectual de izquierdas (del sector Provocateurs); no intenta tanto comprender a Le Pen, a Puigdemont, a Farga, a Trump, como a sus votantes que en previas convocatorias habían votado a líderes de otros partidos, generalmente izquierdistas, de los que se han sentido desengañados.
“¿De verdad es tan difícil de comprender, es tan compleja, la realidad de las clases populares? No. De hecho, tras la cortina de humo de esa complejidad las clases dominantes y superiores se protegen de una realidad conforme a un modelo fundamentalmente desigualitario.”
No es tan complejo, según Guilluy, comprender a “la racaille” –la chusma, como decía Sarkozy–; a los “desdentados”, término que (supuestamente) acuñó Hollande para referirse a la gente rural y protestona, con la boca despoblada porque no dispone de dinero suficiente para implantes dentarios o dentadura postiza; comprender a la desesperada “basura blanca” rural que votó a Trump; a los “redundants” británicos, los cincuentones en paro que ya no encontrarán otro empleo y que votan el Brexit…
Comprender la angustia monetaria y la soledad social en la periferia de las grandes ciudades, abandonadas por el poder y por la metrópoli, es fundamental, dice Guilluy, para entender la sociedad en la que vivimos, la sociedad de la destrucción de los lazos de relación, de empatía, que construyen comunidad.
Su libro No Society es lectura obligada para aquellos a quienes inquiete la deriva en la que estamos. Un diagnóstico de la crisis de la democracia como sistema político que no podrá sobrevivir a la crisis del Estado del Bienestar y a la destrucción de las clases medias, operada fríamente por una economía globalizada y su servidor, la intelectualidad liberal.
Ante la sistemática reducción de las clases medias y proletarias a la demolición y el vasallaje, de poco sirven las invocaciones a las trilladas citas de Churchill definiendo la democracia como “el peor de los sistemas posibles… descontados todos los demás”. Pues es, precisamente, bajo la ley de la democracia donde tiene lugar ese “fin de la clase media occidental” (subtítulo del libro de Guilluy).
Entre las intuiciones y mapas de conflictos que dibuja el libro de este filósofo francés mencionaremos aquí solo el elemento de las culturas nacionales, de los patrimonios culturales descalificados, ridiculizados y destruidos por una intelectualidad transnacional escéptica que, sin saberlo, está al servicio de las grandes corporaciones internacionales que no solo deciden en qué parte del Globo subirá la renta per cápita el año que viene y en qué proporción bajará sino también qué canción cantaremos el año que viene.