El Virus de la Tecnología nos ha Cambiado Irreversiblemente

EL GRAN SALTO ADELANTE DE LA TECNOLOGÍA

Texto de JOSÉ MARÍA ROBLES  – Ilustraciones de LORETA LION

Del teletrabajo a la movilidad o el comercio electrónico, el mundo tecnológico se ha acelerado por la pandemia y, dicen los expertos, ya no hay vuelta atrás.

Decían que ir allí era lo más parecido a viajar al futuro. Que en Las Vegas, cada mes de enero, se daban a conocer soluciones y dispositivos sólo anticipados por la ciencia ficción. Que cualquiera mínimamente interesado en las tendencias del mañana debía dejarse caer por la mayor feria del mundo dedicada a la tecnología de uso diario -el Consumer Electronics Show (CES)- igual que los antiguos griegos visitaban a los oráculos en busca de respuestas.

Pero llegó la Covid-19 y… 

«Los cambios que predijimos para dentro de 10 años han ocurrido en seis semanas», resume Ben Hammersley. Nadie como el editor de la revista Wired UK, inversor y experto en ciberseguridad ha definido mejor el tremendo impulso que ha recibido la Cuarta Revolución Industrial en el mundo desarrollado gracias a la pandemia. Un acelerón que las empresas más punteras de Palo Alto y alrededores, las que en los últimos tiempos habían convertido la presentación de celulares, televisiones, electrodomésticos y vehículos poco menos que en espectáculos de ilusionismo, ni siquiera habían imaginado a principios de 2020.

Ahora el escaparate del CES recuerda más bien al de una tienda de antigüedades. En los tres últimos meses, conforme las rutinas desaparecían y el vértigo aumentaba, el mundo fue cambiando a tal velocidad que los límites entre lo físico y lo digital acabaron por (con)fundirse. Por eso hoy tecleamos en el ordenador con pantuflas, pagamos el pedido de la frutería desde el móvil y observamos cómo nuestros hijos aprenden Matemáticas en la misma pantalla en la que antes únicamente veían a youtubers. En esa extraña frontera estamos, y ahí parece que nos vamos a quedar.

«Ya no hay vuelta atrás. Hemos mutado con la necesidad, en medio de un shock emocional y arrastrados por la urgencia de sobrevivir», confirma José María Lassalle, director del Foro de Humanismo Tecnológico de Esade y ex secretario de Estado de la Sociedad de la Información y Agenda Digital. Además, alerta: «No ha habido voluntariedad y eso tendrá sus consecuencias. Vivimos una tecno-saturación de experiencias digitales que debería ser reconducida positivamente generando un marco de certidumbres y seguridades que humanice la tecnología, no que deshumanice al ser humano».

Casi de la noche a la mañana, lo virtual se ha adueñado de ámbitos que creíamos reservados a -o mejor entendidos desde- lo presencial. Como la educación, el consumo, el ocio o incluso la asistencia sanitaria. De todos ellos, en el que mejor se aprecia el cambio de marcha sin precedentes es en el trabajo desde casa. Un concepto que al currante patrio ni le sonaba antes de esta situación de emergencia.

«España iba especialmente atrasada con respecto a los países del entorno, porque aquí menos de un 5% de los empleados teletrabajaba habitualmente antes de la pandemia, frente al 50% en Suecia», contextualiza la periodista y columnista interesada en el análisis socioeconómico Marta García Aller. «Pesaba mucho un presencialismo de calentar la silla que con el confinamiento se ha evaporado, al menos aparentemente. Muchas empresas han tenido que improvisar soluciones de teletrabajo que no habían salido de los power point de Recursos Humanos. De pronto ya no es una promesa de futuro, sino una tabla de salvación que hacía falta para antes de ayer», subraya quien acaba de publicar un libro muy oportuno en este momento en el que nos hemos quedado sin agarraderas: Lo imprevisible (Ed. Planeta).

Paradójicamente, la prohibición de salir a la calle salvo para hacer cuatro recados y la distancia social impuesta por el estado de alarma han contribuido más a la flexibilización laboral que años y años de reclamaciones del comité de empresa más activo. De repente hemos descubierto que con videollamadas, redes privadas virtuales (VPN) y otras herramientas colaborativas se puede operar en remoto. ¿Igual-igual que en la propia oficina? Bueno, eso ya es otro asunto…

«Es cierto que el teletrabajo se ha impuesto, pero mucha gente se siente frustrada. Quiere volver a sus puestos, relacionarse con los demás. No podemos olvidarnos del impacto de la soledad», apuntaba el experto en nuevas tecnologías Ian Khan en un reciente encuentro web organizado por la consultora Thinking Heads. La búsqueda de equilibrio entre vida personal y profesional, el respeto de la privacidad y la adecuación de la legalidad al nuevo entorno aparecen como desafíos ahora que las sedes de muchas compañías se han quedado vacías.

Lo mismo ha sucedido con las aulas. Más de 1.500 millones de estudiantes de casi 200 países vieron cómo sus colegios, institutos y universidades cerraban la puerta entre marzo y abril. A las instituciones educativas no les quedó más remedio que recurrir a la formación online y hasta a tutores generados con Inteligencia Artificial para evitar que los alumnos se quedaran colgados en el segundo trimestre. El problema: que no todos los matriculados pueden seguir los cursos a distancia -cuatro de cada 10 hogares de EEUU carecen de acceso a banda ancha- y que las actividades académicas añaden una presión extra sobre los padres, ahora recurrentes profesores de apoyo en la habitación de al lado.

También se han producido avances insólitos en el pago digital durante los 100 días que nos aterrorizó el bicho. El uso de tarjetas, billeteras electrónicas (e-wallets) como PayPal y sistemas como Bizum o Twyp -que permiten realizar transferencias instantáneas a través del móvil- precipitó la caída de las transacciones en efectivo y adelantó el cacareado fin del dinero. De hecho, la retirada de metálico en cajeros automáticos cayó un 68% durante el mes de marzo. No extraña entonces que las entidades bancarias españolas se estén planeando el cierre de 1.500 sucursales, muchas de las cuales habían sobrevivido a duras penas a la última crisis económica.

Con las compras a través de internet ha pasado en Occidente algo parecido a lo que experimentó Oriente durante la epidemia de SARS (2002): el consumidor ha dejado de considerarlas una experiencia agradable, como un pasatiempo, para valorarlas como un servicio imprescindible, buenísima noticia para los gigantes del comercio electrónico. Hablan los datos: apenas el 4% de los estadounidenses encargaba alimentos frescos online antes del coronavirus; ahora es el 15%, debido tanto al miedo al exterior como a la comodidad de la entrega a domicilio. Una fórmula, la del delivery, que algunos bares de Pekín han usado para llevar la hora feliz a sus clientes y a la que en España -cosas veredes- se están apuntado incluso restaurantes con estrellas Michelin.

Hablando de movilidad: las ganas de hacer deporte, el temor al contagio y la búsqueda de alternativas al transporte público están reventando el mercado de bicicletas, que ya la reordenación del centro de las ciudades estaba estimulando. Fabricantes y vendedores vuelven a vivir días de gloria. Algunos han pasado del ERTE a no dar abasto. El uso del carril bici en Madrid aumentó un 300% en el primer fin de semana desconfinado.

La industria musical, por su parte, pretende resucitar tras la cuarentena con los conciertos online de pago. Es decir, se olvidan -¿para siempre?- de la celebración de los grandes festivales para subirse al tren del streaming, que tan estupendos resultados les ha brindado a las plataformas de vídeo bajo demanda con el cine y las series (Netflix ha ganado casi 16 millones de suscriptores en plena pandemia).

Los museos han reabierto con limitaciones, bien pertrechados de gel hidroalcohólico y dejando abierta la ventanita de las visitas virtuales. Y tanto la red social TikTok como los e-sports han aprovechado el encierro para consolidarse como nuevas formas de socialización virtual entre los jóvenes (50% más de horas de consumo en España).

La investigación médica progresa igualmente. Las redes de epidemiólogos están recurriendo al aprendizaje automático para localizar repositorios de artículos académicos publicados sobre la Covid-19, mientras algunas empresas manufactureras suspenden momentáneamente su actividad para fabricar miles de mascarillas con impresoras 3D. Los chatbots empiezan a incorporarse al sistema de salud de EEUU para hacer diagnósticos iniciales, en función de los síntomas identificados por los pacientes. Y los creadores de dispositivos electrónicos inteligentes como Fitbit se plantean si el negocio va a seguir estando en una pulserita que mide los pasos… o en otro wearable que registra la temperatura corporal.

«Habrá tecnologías, las que verdaderamente nos hacen la vida más fácil, que se asimilen rápido porque son útiles. Pero también hace falta un cambio de mentalidad. En el teletrabajo se pueden reproducir los mismos vicios de calentar la silla que había antes en la oficina, aunque ahora sea la silla del salón», apunta García Aller.

Coincide con ella Jean-Christophe Bonis, analista de tecnologías emergentes y que participó en el último encuentro Even Today is Marketing organizado por la escuela de negocios ESIC, quien cree que gran parte de la opinión pública no es capaz de visualizar el verdadero significado de esta transición. «Realmente no lo están viendo como un gran avance», explica. «Si te fijas, en los últimos 20 años hemos escuchado muchas voces en contra de la Inteligencia artificial… pero al mismo tiempo la gente utiliza aplicaciones como la de Uber para ir de un sitio a otro, no temen abrir la app del banco en su smartphone y se organizan a través de Siri».

El riesgo está en que la pandemia sea la excusa para que la relación entre privacidad y seguridad cambie sustancialmente. El mismo día que en España se alcanzaban los 15.000 fallecidos, Apple y Google anunciaban una histórica alianza para desarrollar juntas una herramienta de rastreo de contactos. Traducido: una app que avisa al usuario si ha estado expuesto a alguien que presenta síntomas de coronavirus o ha dado positivo en las pruebas de detección. Otra herramienta de vigilancia de las muchas que ya se están implantando para garantizar entornos más seguros tras la pandemia, como el perro robótico que vela por que los ciudadanos no se acerquen más de la cuenta en los parques de Singapur. O los sistemas de biometría que se han instalado el hospital Kangbuk Samsung de Seúl.

Los dos gigantes de Silicon Valley aseguran que la app no registrará datos personales ni la localización de quien la instale. Sin embargo, son muchas las voces que ven la cesión de información a las tecnológicas y los gobiernos como una amenaza. «Tendremos que luchar políticamente para que sirva a la libertad, la cooperación y una ciberdemocracia. No a un poder de control, vigilancia y orden irresistible bajo un ciberleviatán. Ya somos trabajadores, consumidores y usuarios online. Ahora debemos exigir que se nos proteja como personas online y ser ciudadanos online y ser ciudadanos online con derechos online», concluye Lassalle.

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