El Pesimismo de la Inteligencia y el Optimismo de la Voluntad… y ¡lo podemos Aprender!

Detroit

Desplome de una economía en 72 horas

La pandemia corta en seco la remontada de la legendaria ciudad, icono de la gloria y la decadencia industrial americana, cuna de gigantes como General Motors pero con un 33% de su población pobre. La mayor crisis desde la Gran Depresión se ensaña con Michigan.

 

Jackie Victor contó a su padre en 1997 que iba a abrir un negocio y aquel abogado de Michigan se carcajeó. Después de tantos años de activismo, de pancarta y asamblea, su hija abrazaba la fe del converso: “Al final te has hecho capitalista”, le dijo. “Es que yo –explica Jackie– era una persona muy politizada, radical, y le respondí que no, que en lo que me iba a convertir era en una emprendedora socialista”. Detroit, una ciudad torturada por mil crisis, icono de la gloria y de la decadencia industrial americana, la cuna del fordismo y de Aretha Franklin, emprendía un largo camino de resurrección y el suyo iba a ser uno de esos proyectos que le insuflaba vida.

Un café de 180 metros cuadrados y cuatro empleados se convirtió, con los años, en una cadena de cuatro restaurantes. Aquel primer horno que compró, en una empresa proveedora de pan para un centenar de cafeterías y tiendas de alimentación de todo el Estado. Un día, llegó el récord de facturación: cinco millones de dólares, uno encima del otro, cinco millones.

La mañana del pasado 16 de marzo, Avalon International Breads, el pequeño imperio fundado por Jackie Victor, tenía 135 trabajadores. Al día siguiente, apenas quedaba una decena. A la semana, uno. Esta maldita primavera, la emprendedora social-capitalista se acuerda de la conversación con su padre, del camino recorrido. “Pero no siento que yo he echado el cerrojo, o que yo he despedido a alguien, siento que lo ha hecho esta pandemia. Fue muy rápido, en cuanto llegó la orden del cierre de la restauración, todos los pedidos desaparecieron. Nosotros tuvimos que cerrar tres de los cuatro restaurantes de golpe, y en el que quedó abierto con servicio para llevar apenas teníamos un 10% del trabajo habitual. La situación se volvió además muy insegura. Dos miembros del equipo directivo se habían contagiado, otro tenía fiebre… Nos sentamos los socios y dijimos ‘se acabó’, al menos por ahora”, explica Jackie. 

Tristan Taylor, uno de los damnificados, de 36 años, pasaba su primer día parado en casa el 17 de marzo y echaba cuentas. Su novia seguía trabajando desde casa, lo cual eran buenas y malas noticias. Por una parte, garantizaba la entrada de sueldo en el hogar. Por otra, formaba parte de eso que había cortado el último hilo de vida de Avalon Breads: todos esos profesionales de oficina que formaban el grueso de la clientela y que ya no pasarían por allí a comprar sus focaccias ni sus capuchinos. Las obras de su zona, uno de los barrios de la ciudad en lucha por resurgir, también habían parado en seco. A Keith Kendricks, un empleado de la construcción de 58 años, su jefe le dio el aviso esa misma tarde. Al día siguiente, el miércoles 18, las “tres grandes” de Detroit, como se conoce a General Motors, Ford y Fiat-Chrysler, anunciaban la suspensión de actividad y, con ella, la de los proveedores de componentes de coches.

Y así, como una sucesión de fichas de dominó derribándose unas a otras, toda una economía que iba viento en popa se hundió en un plazo de 72 horas.

Tristan Taylor durante la entrevista. Xavier Dussaq

La hibernación autoimpuesta en medio mundo para frenar la propagación del coronavirus ha situado a la primera potencia mundial ante su peor terremoto desde la Gran Depresión. Más de 36 millones de trabajadores han pedido la prestación de desempleo desde que empezó la pandemia y este trozo de tierra al norte del país es uno de los farolillos rojos.

“Solemos decir que cuando Estados Unidos se resfría, Michigan tiene neumonía», apunta Don Grimes, especialista en la economía de la región de la Universidad de Michigan. «Las recesiones nos golpean con más fuerza que al resto del país por la estructura de nuestra economía, muy dependiente de la manufactura y, en especial, del automóvil, y en una crisis, eso cae más que otras partes”. Justo aquel 16 de marzo Grimes y sus compañeros acababan de cerrar el último informe de previsiones macroeconómicas, que ya no presentaron.

La neumonía la tiene ahora Estados Unidos y a Michigan ya no le quedan metáforas. El equipo de Grimes calcula que la tasa de paro alcanzará el 23% el segundo trimestre, una cota inédita en la serie estadística –arranca en 1976– y muy alejada del 15% de la Gran Recesión de 2009. “Lo triste es que las cosas estaban yendo muy bien hasta ahora», explica. «Entre 2009 y 2019, los ingresos de las familias habían crecido un 49% en el Estado. Con relación a la media nacional, esta había sido la mejor década de la historia moderna para Michigan. Y, de repente, entramos en un mundo nuevo”.

En este mundo nuevo, un miércoles, a las dos de la tarde, no pasa un alma por la avenida Woodward, la céntrica arteria que mejor refleja el resurgir de Detroit. Después de la quiebra municipal de 2013, la mayor bancarrota de una ciudad en la historia de Estados Unidos, la vieja capital del motor había empezado a levantar cabeza. Allí mismo, hacía un siglo, Henry Ford revolucionó la economía con la producción en cadena y ahora una ristra de startups tecnológicas y de servicios habían ocupado sus edificios de oficinas, atraídas por lo barato del suelo y por la fuerza tractora de la industria automovilística. Los restaurantes vanguardistas se multiplicaron. Dan Gilbert, un millonario de la ciudad, compró 70 edificios en el centro e instaló más de un centenar de firmas. John Varvatos, el diseñador de moda masculina de lujo, inauguró en 2015 una imponente boutique a ritmo de rock and roll.

La semana pasada, Varvatos solicitó la quiebra por la pandemia. Ya no suena la música a todo volumen en el local, cerrado y a oscuras, como todos los de esa calle, ahora fantasmal. El neón con el lema “Nada detiene a Detroit” en un escaparate llama la atención como un chiste inoportuno.

Vista aérea de una zona industrial abandonada. Xavier Dussaq

El trajín se ha mudado a otra parte, concretamente, a la iglesia baptista Pilgrim, en el barrio de Grixdale. Jueves, nueve de la mañana. Faltan tres horas para el reparto de comida y se ha formado ya una interminable fila de automóviles, viejos, nuevos, de todo tipo. La primera persona de la cola, Sabrina, llegó a las 7.30. Enfermera independiente, tiene 47 años y una explicación muy sencilla de la interacción entre la crisis sanitaria y económica: “Atendía a dos pacientes en dos casas y se murieron por la covid-19”, explica. El primero falleció la misma semana en la que parecía que todo se rompía, el segundo aguantó hasta finales de marzo. Tras toda una vida en Detroit, ha visto pasar mil recesiones, pero esta, dice, es algo distinto “porque da miedo todo, hasta hablar con usted”. Keith Kendrick, el albañil, se encuentra 20 coches más atrás, con la Biblia en el salpicadero, leyendo a ratos mientras mata el tiempo hasta recibir su caja de víveres, rogando que todo esto pase pronto.

“Aquí servimos comida a 400 o 500 familias y son gente de todo tipo, muchos, con sueldos de 10 dólares la hora, tampoco pueden pagar todo”, señala la reverenda Yvette Griffin.

El 33% de la población de la ciudad se encuentra en situación de pobreza y ese mismo día, la iglesia de Saint Peters ofrece una imagen que parece sacada de otro tiempo. De brazo en brazo, un grupo de jóvenes transporta agua embotellada recién traída por un camión. Son los voluntarios de We the people of Detroit, una organización comandada por Monica Patrick-Lewis que lleva agua a los hogares que carecen de ella. Tras la bancarrota municipal se empezó a aplicar mano dura sobre los clientes que dejaban de pagar el recibo. Según Patrick-Lewis, desde 2014, alrededor a 170.000 hogares se les ha cortado el suministro. “A estas personas se les dice que tienen que lavarse las manos continuamente para frenar la covid-19 y, al menos hasta ahora, no ha habido un plan real para tratar de restaurar su servicio”, explica.

Michigan es un laboratorio perfecto del círculo vicioso entre pobreza y contagios. El condado de Wayne, que incluye toda el área metropolitana de Detroit, es el quinto con más muertes de Estados Unidos, solo precedido por los tres en el epicentro de la pandemia (Queens, Bronx y Brooklyn) y el que alberga la metrópoli de Chicago, Cooks, en Illinois. El coronavirus se ceba en los afroamericanos y el 78% de los habitantes de Detroit lo son. En el conjunto del Estado, los negros representan el 14% de la población, pero han sufrido el 40% de las muertes por coronavirus, según los datos de principios de abril.

Jordi Carbonell, un barcelonés empleado en una funeraria a las afueras de la ciudad, vio llegar la ola –o la famosa curva– a mediados de marzo. “Si lo normal era tener una veintena de difuntos por semana, de repente empezaron a llegar 60, 70… pero no todos eran por covid-19, quizá una tercera parte lo era, pero el resto del aumento era algo colateral de la crisis, de gente que no obtenía lo que necesitaba”, explica.

En abril, en plena lucha por la pandemia, el Beaumont Health, uno de los grandes hospitales del Estado, anunció la suspensión temporal de 2.475 trabajadores y el despido definitivo de 450 por los apuros financieros que atravesaba. El mismo mes, el Henry Ford también aplicó un ajuste sobre 2.800.

Voluntarios de una empresa local reparten agua embotellada. Xavier Dussaq

Tristan Taylor confía en ser uno de los que recuperen su trabajo en Avalon Breads cuando el Estado vuelva a abrir, pero ahora, dice, “es el momento de pensar si es seguro para la salud volver o no”.

Su madre emigró de Alabama a mediados del siglo XX, como muchos afroamericanos en aquella época, que dejaron el sur atraídos por el boom fabril de grandes metrópolis como Chicago o Detroit. Fue la era dorada en la que Berry Gordy, el primer gran empresario musical negro de EE UU, fundó el sello musical Motown y alumbró fenómenos como las Supremes, Diana Ross, los Temptations. Décadas después, la robotización de las plantas y las primeras fases de la globalización liquidaron buena parte de aquellos empleos y la población, que en pleno apogeo de los 50 superó los 1,8 millones, quedó reducida a menos de 700.000 habitantes.

Las antiguas casas de arquitectura victoriana, abandonadas para siempre pero en pie porque no hay dinero para derribarlas, son testimonio de aquella vieja riqueza evaporada, como esas factorías gigantescas y vacías. La ciudad estaba tratando de sacudirse ese estigma de Pompeya industrial y convertirse en un polo económico, más modesto, pero pujante. A Mark Muro, experto en políticas metropolitanas de la Brookings Institution, no se le ocurre “una forma más trágica de acabar la década para Detroit”. “Algo que se había conseguido en los últimos cuatro o cinco años es que la vitalidad del centro urbano se había extendido ya a la región. Además, la recuperación había empezado a beneficiar a los más desfavorecidos”.

El Gobierno federal de Estados Unidos ha aprobado una batería de estímulos sin precedentes en la historia moderna, con el envío masivo –aunque puntual– de cheques de 1.200 dólares a los ciudadanos, además de subir el raquítico seguro por desempleo y otras ayudas de tipo fiscal que han llevado a una situación paradójica: hay gente que cobra más ahora que cuando trabajaba con el sueldo mínimo. Pero es una alegría efímera. La crisis está devorando esos subsidios y la salida es muy incierta. Una economía no cierra por completo y luego abre como si todo hubiese sido una pesadilla.

Como escenario optimista, la dueña de Avalon, Jackie Victor, confía en recuperar un 50% de su actividad hacia finales de año. Otras empresas ya han anunciado que no volverán a abrir sus puertas, como los cines AMC de Southfield, a 20 minutos del centro, un local con 20 pantallas que abrió a finales de los noventa.

Las plantas de los tres gigantes del automóvil planean volver al trabajo el 18 de mayo. Ahora, tan solo permanece un puñado de trabajadores en Ford y en General Motors produciendo mascarillas y respiradores. Los empleados de estos gigantes no han salido tan mal parados como otros, afectados por suspensiones de empleo y, en muchos casos, con una bolsa de protección. Pero el parte de guerra real no se conocerá en mayo, sino cuando se compruebe cuánta gente queda con dinero disponible para comprar coches. La firma de análisis J. D. Power, de referencia en el sector, cifró en un 40% la caída de ventas solo la semana pasada.

La ansiedad aumenta en todo el mundo y Estados Unidos empezó a abrir su economía hace unos días a pesar de que la curva de contagios seguía al alza en buena parte del país. Michigan, un territorio políticamente bisagra, clave en la victoria de Donald Trump en 2016, ha vivido algunas de las manifestaciones más agresivas contra el confinamiento. Hace dos semanas, un grupo de seguidores trumpistas armados con fusiles entraron en el Capitolio para protestar contra la prolongación de las medidas de confinamiento decididas por la gobernadora demócrata Gretchen Whitmer.

En Detroit dicen a menudo que están tan acostumbrados lidiar con crisis que han desarrollado un know-how propio para convivir con la tragedia. “El Estado tiene unas estructuras de prestaciones más robusta que en sitios menos acostumbrados a esto, por ejemplo, por eso la gente se apunta mucho a las listas de paro”, señala el economista Grimes.

Un enorme anuncio del concierto que los Rolling Stones iban a dar en junio en la ciudad, levantado precisamente entre las ruinas de las fábricas, recuerda el nuevo parón de la vida. Ford también ha detenido las obras de remodelación en la estación central, uno de los grandes símbolos del ocaso del viejo Detroit. Una lona promete: “Pronto volveremos a trabajar en el futuro”.

Vecinos de un céntrico barrio forman un corazón en su edificio durante los días de cuarentena. Xavier DussaqLleguir l’article a El País

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