Son Derechos, no Privilegios

Contra Ford, el aborto o la explotación. Otras 5 veces en que las mujeres pararon

Este 8 de marzo no será la primera vez que las mujeres harán huelga para reivindicar sus derechos. Nunca han tenido apoyo de sindicatos y siempre lograron alguna de sus demandas
Foto: La huelga de mujeres de Islandia en 1975 es una de las más famosas, pero no la única.
La huelga de mujeres de Islandia en 1975 es una de las más famosas, pero no la única. 

Por primera vez, las mujeres españolas salen a la calle y hacen huelga para reivindicar sus derechos. A lo largo de todo el día se llama a participar a toda la que quiera denunciar la situación de discriminación por razón de género mediante distintas acciones: huelga de 24 horas, paros de dos y no consumir ni cuidar durante todo el día.

Junto a España, otros 40 países llevarán a cabo acciones similares. Sin embargo, no es la primera vez que las mujeres abandonan sus puestos de trabajo o sus tareas domésticas para reivindicar la igualdad de derechos. En Estados Unidos, Reino Unido, Islandia o, más recientemente, Polonia, marchas de feministas ya invadieron las calles en hasta cinco ocasiones en el último siglo. Y todas consiguieron en mayor o menor medida sus demandas.  

Las 20.000 camiseras (Nueva York, 1909)

En 1909, las camiseras dejaron sus equipos de costura para protestar contra las extremas condiciones de precariedad con que cosían la prenda que se acababa de poner de moda. Sus turnos eran oficialmente de 56 horas semanales, pero solían extenderse a las 75 sin ninguna remuneración extra. Además, debían llevar sus propias herramientas de trabajo, alquilar las sillas que ocupaban o pagar por la electricidad que consumían sus máquinas. Y todo por un salario por debajo del nivel de pobreza, que en el caso de las mujeres se reducía todavía más. Por aquel entonces, existía un sistema de subcontratación interna en el que trabajaban la mayoría de las mujeres y menores de edad, con el que percibían entre tres y cuatro dólares semanales, mucho menos que los siete a 12 que ganaban los hombres. Por supuesto, la seguridad laboral era una ilusión entonces: hasta las salidas de emergencia estaban bloqueadas para poder controlar quiénes y cuándo dejaban sus puestos de trabajo.

Piquetes de la huelga de las camiseras en EEUU.

Con este caldo de cultivo, los sindicatos empezaron a organizar una serie de protestas sobre las que estaban debatiendo cuando Clara Lemlich, una costurera de 23 años de origen ucraniano, alzó la voz entre el gentío pidiendo la palabra. Después de oír durante horas a hombres sindicalistas sobre la conveniencia o no de hacer los paros, estalló en el atril: “Soy una de las que sufren los abusos descritos aquí, y creo que tenemos que ir a una huelga general”, empezaba su charla. “Si me vuelvo una traidora para la causa, que se marchite el brazo que ahora levanto”, dijo épicamente.

Con esas palabras arrancó una huelga que duró 11 semanas y en la que ella misma estuvo detenida 17 veces y fue apaleada hasta que le rompieron las costillas. Cerca de 20.000 personas la secundaron, la gran mayoría mujeres de origen extranjero, y acabó con la firma de un ‘acuerdo de paz’ entre trabajadoras y empresarios, que marcó un hito en el sector. Al menos hasta la fecha…

Huelga de pan y rosas (Lawrence, 1912)

Sorteaban el hambre con melaza, pan y judías, y varias familias compartían piso a la vez por los bajos salarios

Pero los efectos de la huelga de las camiseras no quedaron ahí. Tres años después, se aprobó una ley que reducía de 56 a 54 horas laborables la semana de trabajo para mujeres y menores de 18 años del sector textil. Sin embargo, los empresarios se negaron a acatar la legislación y restaron esas horas del sueldo de los trabajadores. Además, un año antes había ardido una fábrica en la que murieron 123 trabajadoras y 23 hombres, por lo que la indignación se multiplicó entre las costureras.

Por eso, cuando vieron el recorte en sus nóminas, las mujeres se echaron a la calle durante dos meses —y en pleno invierno— para reclamar mejores condiciones laborales. La situación era tan precaria que sorteaban el hambre a diario con melaza, pan y judías, y varias familias compartían piso en bloques de apartamentos cercanos a las fábricas. Por eso, el lema de esta huelga y que ha quedado como himno de muchas luchas contemporáneas fue ‘Queremos pan, pero también rosas’.

 

A pesar de no contar apenas con sindicatos, porque estos solo afiliaban a obreros de categorías superiores a las que por aquel entonces podían desempeñar las mujeres, el despliegue de las huelguistas fue masivo. De hecho, se pusieron en marcha guarderías y comedores para sus hijos, pero a medida que las semanas avanzaban la situación era más peligrosa para los menores y se decidió enviarlos a otras ciudades con familias afines a la causa. Lo que no sabían es que esa decisión provocaría un giro en la revuelta. El primer tren partió con normalidad hacia Nueva York con 120 menores, pero cuando el segundo se dispuso a hacer lo mismo, la policía arremetió contra mujeres y niños, elevando el conflicto a las principales portadas de los periódicos. La violencia durante la huelga fue tan extrema que una de las manifestantes murió de un disparo de la policía.

Finalmente, el miedo de los empresarios a que la huelga se propagase por más ciudades estadounidenses les hizo aceptar la reducción de la jornada laboral y a subir los sueldos. Pero sobre todo cambió para siempre la idea de que la lucha obrera tenía que ser protagonizada por los hombres y los sindicatos empezaron a aceptar mujeres en sus filas.

Las 187 luchadoras de Ford (Dagenham, 1968)

La presencia de mujeres en huelgas y manifestaciones fue mucho más habitual a lo largo del siglo XX, aunque no volvió a haber una exclusiva de este género hasta 50 años después, ya en el continente europeo. Fue en 1968 en Dagenham, un pueblo al este de Londres.

Algunos hombres nos decían: ‘¡Bien por ti, chica!’, pero otros era: ‘Vuelve a trabajar, ¡estáis haciendo todo esto por una limosna!’

En esta localidad, la empresa de automóviles Ford tenía una sección de 187 trabajadoras, las únicas en una plantilla de 55.000 personas. Se dedicaban exclusivamente a coser y confeccionar las fundas de los asientos de los coches. Y ganaban mucho menos que sus compañeros. Sus puestos de trabajo estaban clasificados como de grado B, es decir, sin formación ni habilidades, a pesar de que tenían que pasar exámenes y pruebas para conseguir el puesto. Aunque la desigualdad era evidente, la mayoría de sindicatos ni siquiera la denunciaban.

Por eso, ellas mismas iniciaron una huelga que duraría tres semanas. Todo empezó como un día normal, como recordaba hace unos años Vera Sime, una de las huelguistas, al diario británico ‘The Guardian‘: “Preparé a los niños, los dejé con mi hermana y quedamos todas en la factoría donde nos subimos a un autobús”. Ese día recorrieron las calles con pancartas pidiendo la igualdad salarial, con reacciones de todo tipo. “Algunos hombres nos decían: ‘¡Bien por ti, chica!’, pero otros era: ‘Vuelve a trabajar, ¡estáis haciendo todo esto por una limosna!”, recordaba Elieen Pullen, otra de las trabajadoras.

 

Con el paso de los días, también los hombres se sumaron a su causa, y el propio director de la compañía, Bill Batty, tuvo que reconocer que la huelga había dejado a la empresa sin otra alternativa que cerrar plantas importantes de montaje, estampado y carrocería. Estimaron que el paro le había costado a la compañía 131 millones de euros actuales. Al final, las trabajadoras pensaron que si continuaban pondrían a la empresa en serios problemas, por lo que acordaron una reunión de la que salieron con un aumento de salario, que aun así no igualaba al de los hombres. No fue hasta dos años después, con la aprobación de la Ley de Igualdad Salarial en el país —cuyo germen fue precisamente su protesta—, cuando consiguieron el mismo sueldo.

El viernes largo (Islandia, 1975)

La huelga del 24 de octubre de 1975 en Islandia es, probablemente, la más parecida a la que tendrá lugar esta semana en España y otros países del mundo. Como ahora, en ella se llamaba a todas las mujeres a no acudir a sus puestos de trabajo, a no ocuparse de las labores de la casa ni al cuidado de sus familiares, para que se notase que sin las mujeres se paraba la sociedad.

Durante el viernes largo no hubo teléfono, periódicos, ni vuelos. Hasta se agotaron las salchichas de los supermercados

Durante un año estuvieron preparando la movilización, cuidando hasta el lenguaje con el que tomarían las calles para ser lo más transversales posible. “La idea no fue popular al principio: por llamarlo ‘huelga’, a algunas mujeres más políticamente a la derecha no les gustaba. Finalmente se cambió el nombre por ‘kvennafrí’ o ‘día libre para las mujeres’, con el que todo el mundo estaba de acuerdo porque representaba simbólicamente la brecha salarial y la desigualdad”, recuerda a este periódico Brynhildur Heiðar- og, gerente de la Asociación por los Derechos de las Mujeres que surgió como consecuencia de la huelga. Entre sus demandas estaban las mismas que lleva ahora el manifiesto en España: lucha contra la brecha salarial (ganaban entre un 40 y un 70% menos que los hombres), las pensiones más bajas y la desigualdad laboral y doméstica.

La capital de Islandia se llenó de mujeres en 1975.

El seguimiento fue total y el 90% de las mujeres islandesas (con una población de 200.000 habitantes) paró aquel día con un profundo impacto en la economía. Muchas empresas se vieron obligadas a cerrar por falta de personal, los vuelos fueron cancelados porque no había azafatas, los periódicos no salieron porque las mecanógrafas era mujeres, no hubo teléfono ante la falta de operadoras y los padres tuvieron que llevar a sus hijos al trabajo. Incluso se agotaron las salchichas de los supermercados, sin nadie que hiciese la comida. Los hombres, que según recogen las crónicas de entonces se habían tomado la iniciativa a broma, vieron cómo por una vez su trabajo no acababa con la jornada laboral, si no que debían seguir con las tareas en casa, por lo que también se llamó a este día ‘el viernes largo’.

Al año de la huelga se aprobó una ley de igualdad, y a los cinco años llegó al poder una presidenta por primera vez en Europa

“No nos dimos cuenta hasta después de lo importante que fue el día libre para la sociedad de Islandia. Fueron las manifestaciones más multitudinarias que había habido nunca en el país y que unían a la mitad de la población en una sola demanda”, recuerda Heiðar- og. En la capital, Reykjavik, la manifestación congregó a 25.000 mujeres. La principal consecuencia fue que Vigdís Finnbogadóttir, una madre soltera, ganó las elecciones cinco años después. Fue la primera presidenta de Europa y la primera del mundo elegida democráticamente. “Ella misma reconoció que nunca habría sido elegida si no hubiese sido por el día libre de las mujeres”, recuerda Heiðar- og. Además, al año siguiente de la huelga, el Parlamento islandés aprobó una ley que garantizaba la igualdad de derechos y muchas mujeres se unieron en el primer partido político feminista The Women List—, que estuvo presente en el Congreso durante 16 años.

La rebelión de las perchas (Polonia, 2016)

La huelga más reciente tuvo lugar en Polonia hace tan solo dos años. Se produjo como respuesta a su Gobierno conservador, que quería aprobar una ley que prohibía totalmente el aborto en todos los supuestos, incluso en caso de malformaciones, violaciones o riesgo para la vida de la madre. De ahí su nombre, ‘la rebelión de las perchas‘, en referencia al uso de este instrumento para practicar abortos clandestinos.

“Eslovaquia es más barato. Berlín está más cerca”. (Tomasz Hołod/Gazeta Krakowska) 

Cerca de 200.000 mujeres no fueron a sus puestos de trabajo ni a clase el 3 de octubre de 2016 y se manifestaron vestidas de luto por todo el país. “El Gobierno no tenía miedo a la gente en Varsovia, o donde yo vivo, en Breslavia. Estaban petrificados de ver a esas 15 mujeres protestando en Białowieża, de 1.800 habitantes. Ese fue el éxito de la protesta; que el Gobierno pensaba que estaba seguro en aquellos lugares donde nunca había habido activismo antigubernamental. Y eso les hizo reaccionar”, opina Marta Lempart, una de las organizadoras de la huelga. Entre cuatro y ocho mujeres prepararon todo durante ocho días y lo difundieron por las redes sociales.

El Gobierno pensaba que estaba seguro en aquellos lugares donde nunca había habido activismo antigubernamental

Según sus datos, el 90% de los lugares donde tuvieron lugar manifestaciones tenía menos de 50.000 habitantes, y muchas de esas mujeres se enfrentan aún a día de hoy a represalias. Sin embargo, en muchas empresas la reacción fue positiva, contra todo pronóstico. “Muchos empleadores dieron a las mujeres el día libre sin quitárselo de sus vacaciones y las tiendas y restaurantes cambiaron sus horarios para que solo los hombres trabajasen ese día, al igual que los principales periódicos, universidades y centros públicos”.


Una granjera, en huelga en un pequeño pueblo al noreste de Polonia. (Jan Płoński)

Finalmente, el Gobierno dio marcha atrás y no llevó a cabo la ley que prohibía el aborto. “Ese día lloré de emoción”, recuerda Lempart. “Si el aborto hubiese sido criminalizado, habría sido entre dos y tres veces más peligroso y caro. Sería inasumible para la mayoría de las mujeres que, como yo, sabían que les costaría 750 euros hacerlo ilegalmente o irse a Eslovaquia o Alemania”.

El éxito de la huelga, consideran desde la organización, fue la transversalidad de su causa, a pesar de que una vez más ni las grandes organizaciones ni sindicatos las apoyaron e incluso intentaron desalentarlas. Pero sobre todo no creen que hubiese sido posible sin el movimiento y debate feminista que está teniendo lugar en los últimos años a nivel global, y que ya no se limita a los espacios ni discursos de unas pocas activistas. “Ni siquiera sé qué ‘ola del feminismo’ soy, y realmente no me importa”, reflexiona Lempart. “Considero mi voz tan importante como la de cualquier otra persona y creo que ese es el cambio más importante que está teniendo lugar ahora mismo”.

* Este artículo no tiene firma porque ha sido escrito por una periodista que hoy hace huelga.

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