Las Leyes de la Estupidez Humana

El economista que definió las cinco leyes infalibles de la estupidez humana

Foto: Carlo Cipolla falleció en el año 2000. El breve texto en el que Carlo Maria Cipolla recogía los principios que distinguen a aquellos que se perjudican a sí mismos y a los que los rodean es un clásico que no pasa de moda. Carlo M. Cipolla falleció en el año 2000.

AUTOR: HÉCTOR G. BARNÉS- 

El perro del hortelano ni comía ni dejaba comer, y los estúpidos perjudican a los demás sin obtener a cambio ningún beneficio. Esa es la regla de oro de la estupidez humana que el economista italiano Carlo Maria Cipolla enunció a mediados de los años setenta, pero que sigue vigente hoy: la estulticia es atemporal. Su breve texto es de las grandes piezas de filosofía satírica de la segunda mitad del siglo XX, que avisaba a los lectores sobre el gran peligro social que suponen los estúpidos. Se entiende, claro está, que ni Cipolla ni el propio lector será uno de ellos, aunque la estadística diga lo contrario.

La historia de ‘Las leyes básicas de la estupidez humana’ tiene su gracia. Fueron escritas en 1976, mientras Cipolla, que había estudiado en la universidad de Pavía en su universidad natal, impartía Historia de la Economía en Berkeley. Al parecer, California y su industria de la banalidad le inspiraron para llevar a cabo su obra magna. En ocasiones, el texto circulaba de forma anónima, hasta que finalmente fue impreso en negro sobre blanco a finales de los 80, en el libro de Cipolla ‘Allegro ma non troppo’, que tuvo edición en castellano. No fue su intención obtener rédito económico del asunto: siempre permitió su reproducción gratuita.

Una de las grandes creaciones de la naturaleza es haber distribuido la estupidez de manera equitativa por todas las clases sociales, razas y condiciones

El texto tiene sus raíces en la filosofía utilitarista de Jeremy Bentham y su máxima “todo acto humano, norma o institución deben ser juzgados según la utilidad que tiene, esto es, según el placer o sufrimiento que producen en las personas”, aunque también pueda relacionarse con la teoría de juegos. Como toda sátira intelectual, ha terminado por convertirse en un lugar común para columnistas necesitados de referencias cultistas, pero puede resultar iluminador también en este 2019 en el que tendremos que enfrentarnos a más de un estúpido. O, peor aún, quizá el estúpido seamos nosotros y aún no lo sepamos.

Regla número 1: “Siempre, e inevitablemente, todo el mundo infravalora el número de estúpidos en circulación”

Poco generoso, ¿verdad?, pregunta al lector Cipolla. La realidad confirma esta tesis. Continuamente nos sorprendemos al descubrir cómo personas que considerábamos racionales se comportan de forma “desvergonzadamente estúpida”, y cómo estos actos de maldad inconscientes afloran “en los peores lugares en los peores momentos”. Cualquier estimación sería tirar por lo bajo, así que el italiano prefería darle un símbolo, el σ. Como un Elvis con tupé.

Regla número 2: “La probabilidad de que determinada persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica”

Yo puedo ser estúpido (es altamente probable), usted puede serlo (por supuesto que no), lo puede ser el rey y lo puede ser el primer niño nacido en España en 2019. Uno de los grandes milagros de la naturaleza es haber distribuido la estupidez de manera equitativa por todas las clases sociales, razas y condiciones sociales.

“Uno es estúpido de la misma forma en que es pelirrojo, o de un grupo sanguíneo determinado”, avisaba el economista. Para demostrarlo, Cipolla se lanzó a escrudiñar a sus compañeros de universidad. Había estúpidos entre los currelas, entre el personal de oficina, entre los estudiantes (esto no le debió de sorprender demasiado) y entre los catedráticos, así que ¿por qué no ir un poco más allá? “Desconcertado por los resultados, extendí mi investigación a un grupo particularmente selecto, a una verdadera élite, los ganadores del premio Nobel”. El resultado confirmó, en sus palabras, los poderes supremos de la naturaleza: “Una parte de los ganadores del Nobel son estúpidos”.

Regla número 3 o de oro: “Un estúpido es una persona que ocasiona pérdidas a otra persona o a un grupo sin que él se lleve nada o incluso salga perdiendo”

El sátiro economista trazaba una taxonomía de las personas según el coste y beneficio de sus actos. El indefenso sale perdiendo mientras los otros ganan; el inteligente sale ganando al mismo tiempo que los demás también lo hacen; y el bandido se beneficia en la medida en que los demás salen perdiendo. Pero el estúpido, amigos, es el que hace que todos, incluido él mismo, pierda. ¿Cómo es posible que haya gente así?, se pregunta el economista. No hay ninguna explicación. Bueno, sí, hay una: “La persona en cuestión es estúpida”.

Aquí es donde aflora uno de los corolarios más interesante de la teoría de Cipolla. La gente, estúpida o no, no suele ser consistente. Por ejemplo, un bandido perfecto sería aquel que obtuviese continuamente un beneficio exactamente igual a las pérdidas de su víctima;un ladrón de guante blanco y fuertes principios. El profesor utiliza el ejemplo de un robo, en el que cual lo que se sustrae simplemente pasa de un bolsillo a otro (aunque podría argumentarse que causa un coste emocional en este último al haber sido agredido). Sin embargo, la mayoría terminan causando más pérdidas a su entorno que beneficios, lo que les hace más cercanos a los estúpidos.


Uno puede intentar ganarle la partida a un estúpido durante un tiempo, pero terminará siendo pulverizado por sus movimientos erráticos


Regla número 4: “Los no estúpidos siempre infravaloran el poder dañino de los estúpidos. En concreto, olvidan constantemente que en todos los momentos y lugares y bajo cualquier circunstancia tratar o asociarse con estúpidos siempre suele ser un error costoso”

La mayor equivocación que comete la gente inteligente es pensar que casi todos son como ellos, y que, incluso aquellos que no lo son, pueden ser manipulados. Nada de intentar engañarlos: terminarás saliendo perdiendo. “Uno puede intentar ganarle la partida a un estúpido y, hasta cierto punto, puede hacerlo”, explica el profesor. “Pero a causa de su comportamiento errático, uno no puede prever todas las acciones y reacciones del estúpido y por lo tanto, terminará siendo pulverizado por sus movimientos impredecibles”. El terreno en el que se encuentran cómodos los idiotas es en el caos. Y ya se sabe, el que se acuesta con niños…

Regla número 5: “Una persona estúpida es lo más peligroso” / Corolario: “Una persona estúpida es más peligrosa que un bandido”

El punto clave de la filosofía de Cipolla, y quizá por ello mismo el más polémico. Veamos: “Después de la actuación de un bandido perfecto este tiene obtiene un beneficio que es exactamente igual a lo que ha perdido la otra persona. La sociedad en su conjunto no sale perdiendo ni ganando. Si todos los miembros fuesen bandidos perfectos, la sociedad permanecería igual y no había grandes problemas”. La diferencia es que los estúpidos no ocasionan ese equilibrio en la sociedad: simplemente, la hacen peor.

La gran pregunta por lo tanto, es si de verdad es preferible una sociedad de bandidos a una de estúpidos. Es lo que se deduce de la (irónica) teoría de Cipolla, con todo lo que ello implica. ¿Es mejor una sociedad donde todo el mundo se robe mutuamente, porque ello causaría un nuevo equilibrio? ¿Se produciría un estado de homeostasis en el que, finalmente, nadie saliese ni ganando ni perdiendo? Hay que entender que la explicación de Cipolla es puramente teórica. Pero también puede verse en esa simpatía por el bandido probablemente denote la verdadera ideología de “tonto el último” que ha caracterizado a la economía ortodoxa de las últimas décadas.

El poder de la estupidez

El profesor italiano presentaba en su divertido razonamiento un apartado en el que resaltaba el poder sin límites de los estúpidos, que como el diablo de ‘Sospechosos habituales’, han convencido a los demás de que no existen. “Son peligrosos y dañinos porque para la gente razonable es difícil imaginar y entender su comportamiento irracional”, recordaba. Alguien inteligente, una vez más, entendería perfectamente comprensible al bandido, pero no al estúpido, lo que los hace particularmente venenosos. Su marco mental es otro: “a) Uno es fácilmente sorprendido por sus ataques, b) Incluso cuando no lo hace, no puede organizar una defensa racional, porque su ataque carece de cualquier estructura”. En otras palabras, apelando a la célebre frase atribuida a Mark Twain“nunca discutas con un ignorante, te hará descender a su nivel y ahí te vencerá por experiencia”.

Deja una respuesta