La irracionalidad del capitalismo actual: no funciona

Uno de los hombres más ricos del mundo se subleva: «El capitalismo no funciona»

Ray Dalio, fundador del fondo de cobertura Bridgewater y miembro de la élite financiera global, propone soluciones para «salvar» un sistema que se está rompiendo
Foto: Ray Dalio. (Thomas Peter/Reuters)
Ray Dalio. (Thomas Peter/Reuters)
Autor Esteban Hernández  

Raymond ‘Ray’ Dalio es uno de los hombres más ricos del mundo. Es el fundador y mánager de Bridgewater, uno de los más importantes fondos de cobertura, y es también conocido gracias a su libro ‘Principios’ (Ed. Deusto), un éxito en el sector. Dalio es parte de ese ‘establishment’ financiero que determina en gran medida las políticas económicas de Occidente, forma parte de esa élite de verdad influyente, pero hay algo que le diferencia del resto de gestores de inversión, su interés por observar la sociedad desde otra óptica que no sea la de la rentabilidad y el beneficio.

Dalio, hijo de un músico de jazz, creció en Queens, estudió en Long Island University y obtuvo un MBA en Harvard. Su trayectoria le llevó de ser un simple empleado de empresas de inversión a lo más alto de la profesión. Un recorrido que ya no es posible, según Dalio: alguien de clase media no puede llegar a los escalones superiores porque los vasos comunicantes se han cerrado.

“El capitalismo no funciona”

El multimillonario acaba de publicar en LinkedIn un amplio ‘post‘ en el que abunda en la necesidad de reformar el capitalismo contemporáneo, ya que “ha evolucionado de tal manera que no está funcionando bien para la mayoría de los estadounidenses”. Las diferencias entre los que tienen y los que no, afirma, no solo han aumentado sino que ambas esferas se han convertido en espacios cerrados, de manera que los primeros conseguirán preservar e incluso mejorar su posición mientras que los segundos tendrán enormemente difícil salir de la situación en la que se encuentran.

La brecha entre los ricos y los que no lo son es muy similar a la de la década de los treinta, justo antes de la Segunda Guerra Mundial

Según el gestor de inversiones, desde 1980 no ha habido un crecimiento real del salario para la mayoría de los estadounidenses, un 40% de sus ciudadanos carecen de cualquier tipo de ahorros y la brecha entre los ricos y los que no lo son es muy similar a la de la década de los treinta, justo antes de la Segunda Guerra Mundial. Esta es una sociedad de dos direcciones: una minoría está sacando partido del capitalismo actual, y aumenta su riqueza, mientras que la gran mayoría está perdiendo pie.

Las élites deben tomar conciencia del problema que supone la desigualdad, hasta el punto de que deberían calificarlo de «emergencia nacional»

Dalio ha contado en el programa televisivo ’60 minutes’ que existe una necesidad urgente de que las élites de su país tomen conciencia del grave problema que supone la desigualdad, hasta el punto de que deberían calificarlo de “emergencia nacional”. No se trata de una simple disfunción, sino de un asunto de enorme relevancia que puede hacer que todo se rompa.

Salvar el capitalismo: las soluciones

Más allá de que esté poniendo el acento en el lugar adecuado, el multimillonario propone soluciones para “salvar el capitalismo estadounidense”. Entre ellas, señala que:

1. Son necesarios líderes, surgidos de las élites, que proclamen que el estado actual de desigualdad es una “emergencia nacional”.

2. Debe crearse un comité formado por personas de los dos partidos mayoritarios para trabajar en el desarrollo de nuevos medios de redistribución.

3. Esas personas deberán responsabilizarse de que las reformas funcionen a través de indicadores y estadísticas que midan sus resultados.

4. Los recursos deben ser redistribuidos con el objetivo de ofrecer igualdad de oportunidades a la gran mayoría de los estadounidenses. Esto se puede conseguir mediante el aumento de los impuestos a los ricos, gravando actividades socialmente perjudiciales, como la contaminación, y poniendo en marcha asociaciones público-privadas que vinculen los objetivos comerciales con los sociales.

5. Han de coordinarse la política fiscal y la monetaria (es decir, aumentar la cooperación entre la Reserva Federal, el Congreso y la Casa Blanca).

Los dos requisitos

En fin, las medidas pueden gustar más o menos, pueden considerarse adecuadas, insuficientes o irrelevantes, pero las ha puesto encima de la mesa, lo cual es mucho si quien lo afirma proviene de unas élites particularmente cerradas. Es difícil que sus propuestas sean tomadas en consideración y se pongan en marcha, porque eso implicaría que 1) el ‘establishment’ estaría dispuesto a reconocer el problema y 2) que estaría dispuesto a cambiar la marcha de la economía, perdiendo poder y recursos, para que la sociedad funcionase mejor. Ninguno de los dos requisitos se da, porque unos piensan que el problema no es la desigualdad sino la pobreza, es decir, que el sistema debe intervenir solo para ayudar a quienes están en una situación de miseria, pero no para mejorar la vida de la mayoría de la gente, y otros están satisfechos con cómo funcionan las cosas, porque les permite enriquecerse aún más, lo que les parece el único objetivo vital que merece la pena.

Fue la ceguera de nuestras élites, alimentada por la avaricia, la que proporcionó todas las armas para que China se convirtiera en una gran potencia

Esta es la insensatez en la que estamos inmersos. Dalio recuerda con bastante buen juicio que no deberíamos caer en los errores de los años treinta, pero esa misma visión precisa de personas inteligentes con poder de decisión que sean capaces de darse cuenta de los problemas que está causando y causará esta brecha y que, por tanto, impulsen un cambio. Pero nuestro sistema, al igual que ocurrió con todos los órdenes rígidos, tiene en sus cúpulas a gente muy lista pero poco inteligente.

El regreso a lo duro

Esta ceguera no es banal, ni interior ni exteriormente. El capitalismo occidental está preocupado por China, alarmado por su crecimiento y sus ambiciones, pero habría que reconocer que fue la ceguera de nuestras élites, alimentada por la avaricia, la que proporcionó todas las armas financieras, económicas, productivas y tecnológicas para que China pasara de ser un país irrelevante en el contexto internacional a la segunda potencia del mundo, y con fundadas aspiraciones de ser un gran imperio. Todo parecía buena idea: producir allí era más barato, se deshacían de los problemas laborales, podían aumentar el beneficio para los accionistas y además ganarían a medio plazo un gran mercado, el chino. Esta estupidez salió mal. En primer lugar, para la mayoría de los occidentales, que lo pagamos con el descenso en nuestro nivel de vida, y ahora las élites comienzan a estar intranquilas porque China tomó todos esos recursos y planificó el futuro con el objetivo de convertirse en un imperio. A lo mejor pensaban que los dirigentes chinos se lo iban a gastar en yates y mansiones, pero lo invirtieron en el crecimiento de su país.

Este error ha tenido muchas consecuencias. La última, el regreso a las posturas duras, a la geopolítica, que en esto consiste el giro internacional de Trump. Su intento de parar por la fuerza económica, pero también militar, al imperio chino tiene que ver con combatir el problema que ellos crearon. Las élites occidentales comienzan a estar intranquilas por el ascenso chino, y están impulsando otro tipo de orden internacional para frenar al enemigo.

El apoyo de los perdedores

En el aspecto interior, la desigualdad también está empezando a generar consecuencias, aunque sea de formas paradójicas. El descontento creado en nuestras sociedades, las dificultades económicas y la percepción de que las opciones de futuro se estrechan han sido aprovechados por las extremas derechas para impulsar opciones mucho menos democráticas. Es la Internacional de la derecha la que está convenciendo a gente en dificultades, ya sean de clase media o de clase trabajadora, para que dé su apoyo a líderes como Trump o Salvini, para que Orbán sea presidente, o para que el Reino Unido salga de la UE. El capitalismo se ha apoyado a menudo en las clases sociales que deteriora, y este es uno de esos momentos.

Si desde la izquierda lo material ha pasado a ser un asunto más, para las capas superiores de la sociedad estos diagnósticos solo producen desdén

Y como tercer aspecto, la desigualdad es también un problema para el mismo sistema. Si la mayoría de la gente tiene menos recursos, puede consumir menos, y si eso coincide, como es el caso, con el aumento del precio de bienes destinados a la subsistencia, como la vivienda, la energía o el transporte, se producirá un frenazo económico. Este es un problema que ha sido subrayado a menudo, pero con escaso éxito. Y sabemos que cuando este problema no se corrige, lo usual es que el capitalismo se convierta en una mera extracción de rentas, con todo el peligro que conlleva.

«El momento Jerry Maguire»

En este contexto, y más allá de que gusten o no sus propuestas, Dalio realiza un diagnóstico correcto, identifica el mal y aboga por un camino de salida. En todas las épocas, cuando las poblaciones se han empobrecido, se han generado tensiones sociales con consecuencias políticas y geopolíticas, y en la nuestra está ocurriendo ya. Lo que no sé es si queda alguien ahí fuera para tomar esto en serio. Buena parte de la izquierda sigue sin entender el momento del capitalismo, y salvo líderes como Sanders o Warren, el resto continúa viviendo de sus profesores universitarios y su mundo multidiverso; las derechas liberales siguen pensando que todo va bien y creen que leyendo a Pinker y culpando a los rusos la tormenta desaparecerá, y las derechas duras están felices con este mundo desigual porque es su principal apuesta. Y conviene recordar que primero se convirtieron en irrelevantes los partidos comunistas, después fue el turno de los socialdemócratas, transmutados en liberales, y de los conservadores con conciencia social, a lo democracia cristiana, que giraron hacia el neoliberalismo; ahora les toca a las élites liberales (y más si son europeas), que girarán hacia las derechas duras y su mezcla de imperialismo y neoliberalismo financiarizado o se convertirán en irrelevantes.

En este instante histórico, la advertencia de Dalio a las élites es significativa, porque exige que se solucione el principal problema de nuestras sociedades, justo el que ha causado estas disfunciones. Pero al igual que desde la izquierda estas cosas no se tienen en cuenta, en las capas superiores de la sociedad estos diagnósticos solo producen desdén: no en vano, su propuesta ha sido calificada en las redes de “momento Jerry Maguire”. En fin, esta es la particular irracionalidad del capitalismo contemporáneo.

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