La Fortaleza máxima de una cadena es la de su eslabón más débil

¿Puede aguantar Internet al Covid-19?

En tiempos de coronavirus la red mantiene al mundo en funcionamiento, pero las conexiones primarias son físicas y, por tanto, vulnerables

¿Puede aguantar Internet al Covid-19?
La crítica geopolítica de internet (Pablo González) 

 

Un día a día normal, aún más en situaciones como la actual pandemia global de coronavirus:

-“¿Has visto mi Whatsapp?”

-“Mejor envíame un e-mail”

-“Toda la información ya está en nuestra web”

-Mira las fotos de su Instagram, ¡qué envidia!”

Y de repente, un día, el silencio. Ni música ni vídeos en streaming. Ni app del banco. Ni mapa online. Ni noticias ni alertas al móvil. Nada.  

Porque se habla de la nube, pero para que tu smartphone, ordenador portátil, smartwatch, tableta o cualquier otro dispositivo reciba y emita datos depende de miles y miles de kilómetros de cable de fibra óptica que están bajo tus pies y recorren el mundo en un abrir y cerrar de ojos. Y es que enviamos y recibimos millones de archivos. Fotos, textos o audios. Pero la mayor distancia a la que internet viaja por el aire es hasta la antena de telecomunicaciones más cercana. Y por ello somos vulnerables.

Los puntos más críticos para la nube

Como relatara Marcus Hurst en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, Armenia, con casi tres millones de personas, pasó 12 horas sin conexión en 2011 porque una mujer de 75 años cortó sin querer el cable que le proveía de este servicio en una zona rural de la vecina Georgia. Y al igual que le pasó a Armenia le puede suceder a otros tantos países. Porque la ecuación es bien clara: cuantos más cables, más posibilidades de esquivar el problema –como bien se sabe en la mayoría de los países occidentales. Aunque el problema nunca desaparece del todo y sólo cabe minimizarlo. Los cables de fibra óptica tuvieron, tienen y tendrán puntos vulnerables en los que se sustenta toda la red global.

Como los oleoductos que transportan el crudo que engorda la economía industrial o las autopistas terrestres y marítimas que conectan el comercio mundial, los cables son esos grandes desconocidos que hacen de la red algo real y global. Una infraestructura que es vital para la conexión entre individuos, empresas o países y que, como pasara con las casi olvidadas redes de telégrafos, permiten que la idea de la globalización sea una realidad hasta hacer del siglo XXI un mundo digital –y al algoritmo y el 01 nuestra nueva y voluble religión. Un mundo en el que cortar un simple cable puede dejar sin servicio a millones de personas. Y así, sea por un descuido o sea por una indisimulada jugada en el tablero de la geopolítica y la geoeconomía internacional, la crisis es inevitable y está a la vuelta de la esquina. O al menos eso asegura Pedro Baños, coronel en la reserva del Ejército español, ex-jefe de contrainteligencia y seguridad del Eurocuerpo y experto en defensa y en terrorismo: “España, depende del día, está entre el 5º y 15º lugar más atacado del mundo. El riesgo es real. Hoy en día la guerra ya se está librando. Entre muchos. También en el ciberespacio, con ataques de hackers o cuando se utiliza la red para difundir propaganda, desinformación, etc. Ya somos víctimas.”



El peligro existe y persiste. Y es así como se completa un mapa de puntos negros que imita, no por casualidad, el dibujo que tendría en mente, hoy, cualquier comerciante global. Al igual que los estrechos son de gran interés geopolítico para el comercio marítimo mundial –que concentra el 90% del total del transporte de mercancías a nivel internacional–, la red también depende de cables que utilizan estos mismos puntos críticos para ir de Oriente a Occidente y/o de norte a sur, sea por el subsuelo o el fondo marino. Su control, en consecuencia, se torna de vital importancia.

El Estrecho de Gibraltar es uno de esos pasos críticos de los que depende la conexión a la nube de millones de países. Otro es Suez y el mar Rojo. O el Estrecho de Malaca y el mar de la China Meridional y Oriental. E igual pasa con Panamá. O con las islas de Cabo Verde y Hawái. Todos ellos son lugares en los que los intereses del comercio mundial se entremezclan con la necesidad de mantener un (cercano) statu quo político. También si el objetivo es que las pantallas de nuestros móviles sigan trabajando sin interrupciones. Y más si se prevé –si no hay cambio radical en las previsiones– que llegue, como parece que llega, la llamada internet de las cosas, que de una forma u otra integrará la red a cada vez más en objetos de uso habitual como el coche, tu nevera, etc.


“Cuando se habla del interés de EE.UU. por el control de Panamá, también es porque por ahí pasan los cables que dan servicio a casi toda América Latina con información sensible: la lúdica, la de trabajo, pero también la financiera, económica… Y el objetivo de los nuevos ejércitos es proteger este tipo de servicios. Aunque no son sólo los cables, también es el sistema de satélites, torres o instalaciones”, señala Baños. Si bien Laurent Bloch, exdirector de Sistemas Informáticos del Instituto Pasteur de París o la Universidad de París IX Dauphine, entre otros, y actual secretario general e investigador en ciberestrategia del Instituto Francés de Análisis Estratégicos, va más allá: “Las fibras ópticas transoceánicas son críticas. Un ataque físico es bastante fácil de lanzar y tendría efectos dramáticos. Pero como hay muchos cables a través del Atlántico y del Pacífico, aquí el riesgo disminuye mientras los enlaces a través del mar Mediterráneo, el mar Rojo y el océano Índico están más expuestos. Rusia también tiene cables a través de Siberia, si es que se confía en Rusia”, ironiza.

Aunque lo que nos hace vulnerables a todos también es una oportunidad para algunos: Turquía vuelve a ser lugar de paso y de conexión entre el este y el oeste y por tanto de renovada influencia en la política, la economía, la cultura o la sociedad digitalizada de hoy. Sus decisiones pasan a ser relevantes para numerosos jugadores externos. Y similar sucede con Singapur y/o en los demás casos de un mundo cada vez más geoeconómico. De ahí, según muchos analistas, su renovada presencia mediática.

Más allá de cables, centros de datos

La geografía condiciona la conexión entre los territorios. Y crea puntos negros. Pero otras veces, en cambio, es la propia tecnología la que con su presencia física permite entrever sus aspectos más críticos. Porque los datos, sean los que sean, viajan por cables y tubos de fibra óptica desde lugares lejanos a otros más cercanos. Pero en un caso u otro necesitan en su camino de centros de datos con decenas, centenares, miles de servidores por donde pasan, se guardan u originan los archivos que compartimos, que buscamos y que generamos. Y estos, a su vez, necesitan de energía y refrigeración abundante.

Como en el pasado, de unos pocos kilómetros de cable de telégrafo se ha pasado a miles y miles de kilómetros que como entonces, son la clave para que haya una más que fluida comunicación global –o para evitar caer en el aislamiento global en un mundo globalizado. Pero a su vez, los data centers, conocidos a menudo así, por su nombre en inglés, son los gigantescos e imprescindibles espacios llenos de servidores que almacenan la información que compartimos a nivel mundial y sin la cual la nube no sería nube. Es más, no existiría.

Uno de los principales se ubica, de hecho, muy cerca de la capital de EE.UU., Washington D. C. Por el Data Center Alley pasa –según rezan sus gestores– más del 70% del tráfico mundial de internet. Ubicado en el condado de Loudon, con acceso a infraestructuras clave como el aeropuerto, carreteras y demás vías de comunicación, cuenta con un terreno extenso para seguir ampliándose y la posibilidad de acceder a una refrigeración abundante por el agua de las vías fluviales próximas y a un gran proveedor de energía como es la central de Dominion.

El Data Center Alley es un pequeño pueblo que hace de la aldea global algo real y digital y que permite que millones de webs funcionen en cualquier momento, y en paralelo, de forma continúa. Un lugar reforzado en seguridad como en las películas más imaginativas: controles físicos, contraseñas, escáneres de retina, generadores de energía alternativos… Porque si en Silicon Valley nacieron las empresas de software informático que lideran la sociedad digital, en Virginia se concentran las que dan vida a la nube. Es un epicentro tecnológico con capacidad para ‘cegar’ la conexión en internet de millones de personas. Y por eso, un objetivo geopolítico de primer orden.

Estos centros de hiperescala son los que, por su gran capacidad en comparación con los servidores que cada uno de nosotros tenemos en nuestras casas, hacen de ‘motor’ de la red. Cada vez hay más. Se cuentan por centenares. Su tamaño les delata. Y su inmenso gasto de energía, similar al de las grandes urbes, los condiciona. Tanto como ellos condicionan qué es la red o hasta dónde llega para todo usuario de internet, empresa o país que no sobreviva en lo analógico –si todavía hay alguno. Por ello mismo, tampoco es casual que su ubicación vaya de la mano del interés por su control. Y para corroborarlo sólo hay que volver al mapa y ver cómo de entre todos los existentes, cerca del 40% se ubican en EE.UU. Entre Reino Unido, China y Japón concentran un porcentaje similar al 20%. E igual pasa para el grupo que aúna a Australia, Alemania, Singapur, Canadá, India y Brasil, según detalla un informe de Synergy Research.

Saquen ahora el mapamundi y ubiquen, precisamente, a los países más desarrollados del mundo y a los principales emergentes y así sabrán la respuesta sobre su relevancia real. También porque en ellos se ubican las principales empresas de internet, tales como Google, Microsoft o Alibaba, otra de las claves de la nube actual, como nos detalla Bloch:

-Los principales centros de datos están en EE.UU., Europa y en algunos países de Asia-Pacífico mientras la mayor parte del resto del mundo queda atrás, ¿es lo que divide al primer y el tercer mundo hoy? ¿Cuáles son sus consecuencias?

-Sí, esta circunstancia divide de una forma importante al mundo. Hoy nadie sabe dónde están sus datos, aunque seguramente estén bajo el control de algunas de las grandes compañías estadounidenses como Amazon, Microsoft, Google o Facebook, principalmente. Incluso si se alquila el espacio a una empresa europea, no se puede estar seguro de que estos no subcontraten con Amazon AWS o Microsoft Azure, y así toda su actividad estará sujeta a las leyes estadounidenses, en particular a la Patriot Act y la Cloud Act. Pero el mayor problema es que a nadie le importa.

-Facebook, Amazon, Google o Apple, por citar sólo algunas, son los gigantes tecnológicos del siglo XXI, con origen en EE.UU. Pero no son el gobierno de EE.UU. ¿quién gobierna en realidad la red, Silicon Valley o Washington D. C.?

-Los gigantes de Silicon Valley no gobiernan, el gobierno de EE.UU. sí, porque a pesar de sus afirmaciones, los gigantes tecnológicos estadounidenses deben gran parte de su poder al poder que ya tiene EE.UU. y a las enormes inversiones en sectores de alta tecnología y en I+D que durante décadas ha habido de forma pública y privada. Por ejemplo, la ICANN es una institución muy influyente en internet: controla el sistema de dominios (o DNS), y no es una organización independiente sino que está completamente supervisada por el Departamento de Comercio de EE.UU. Y esta aplicación extraterritorial de las leyes estadounidenses es de gran ayuda para las empresas estadounidenses.

Sin embargo, es Baños quien nos recuerda, a su vez, que la geopolítica no conoce de colores: “Hay una enconada disputa entre EE.UU. y China y mucha propaganda para despistar al otro. Se acusa a las empresas chinas de colaborar con Pekín, pero también es íntima la relación entre las grandes firmas tecnológicas de EE.UU. y Washington, incluso con las continuas puertas giratorias que tanto escandalizan en España”.

Aunque un apagón podría ser la gran pesadilla de todas ellas. Y la de toda la sociedad de la actual revolución digital. La muerte –al menos temporal y espacial– de internet. Como pasó en este mismo 2019 en Baltimore, que estuvo más de un mes hackeada sin poder prestar servicios públicos. O como pasó en 2018 en Atlanta. “Por eso Rusia se desconectó durante un día, para probar su resiliencia, para probar cómo podía sobrevivir sin el acceso a la internet. Los hackeos de ciudades enteras pasan en más sitios, pero no se conocen por cómo pueda afectar a su imagen”, incide Baños.

Hoy en día la guerra en el ciberespacio ya se está librando. Entre muchos

Los expertos aseguran que internet puede ‘cegarse’ en todo un país por un período corto de tiempo como pasó en Pakistán; o localmente por un tiempo más largo como fue en Estonia en 2007 o en Georgia en 2008. Pero la organización descentralizada de la red y la cooperación entre operadores pone muy difícil acabar con internet en todo el mundo.

Sin embargo, los principales cables, promovidos en su gran mayoría por las principales empresas de telecomunicaciones, apenas conectan a los países más desarrollados del hemisferio norte, con China como gran rival de EE.UU. sin olvidar a Corea, Taiwán, Japón, India o Israel. Los países más pobres ni siquiera hacen acto de presencia. Y el hemisferio sur queda casi aislado. Es por eso que, ante un futuro digital todavía por escribir, Emmanuel Macron, presidente de Francia, recientemente reclamó a la UE reinventarse y ganar en “soberanía digital” de manera que Europa vaya más allá de basar su fuerza en los sectores industriales tradicionales como el automóvil, la máquina-herramienta y similares para insertarse como las otras grandes y emergentes potencias en la Tercera Revolución Industrial de la mano de empresas como podrían ser la sueca Ericsson, la finlandesa Nokia, la francesa Dassault, la suiza STMicroelectronics o la alemana SAP, por citar algunas.

Porque como en el siglo XIX, el mundo vuelve a estar unido por cables. Pero si entonces su durabilidad era escasa y aun así permitió la conocida como primera globalización, la complementariedad entre el hemisferio norte y sur, el este y oeste, de los exportadores de materias primas con aquellos productores de productos elaborados, de las lenguas, ideas e incluso revoluciones, hoy esto se torna aún más complejo. Quedarse atrás en el mundo digital del que somos dependientes es una posibilidad real. La duda es con qué consecuencias.

Los gigantes de Silicon Valley no gobiernan la red, el gobierno de EE.UU. sí

(Por eso China tiene su propio sistema de Internet)

 

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