¿Hay que temblar ya?
La mente occidental, articulada sobre una línea infinita de causas y efectos, es incapaz de vencer la muralla china. Una y otra vez nos plantamos ante el gran enigma: ¿qué pasará con este gigante? Yo, como millones de europeos, hice mi primer intento en 1974. Ese año se publicó en España Cuando China despierte, un reportaje-ensayo del político y escritor francés Alain Peyrefitte. Cuando China despierte fue un fenómeno editorial en toda Europa. Releerlo hoy causa una inquietud profunda.
Alain Peyrefitte (1925-1999), colaborador del general De Gaulle, varias veces ministro y parlamentario durante 41 años, fue invitado a pasar en China el verano de 1972. Conviene hacer memoria para entender el país que encontró.
Aún no sabemos si la Revolución Cultural sirvió para algo, más allá de la resolución de una intriga de partido En 1966, tras el fracaso del Gran Salto Adelante (un plan más o menos descabellado para duplicar la producción de acero y alimentos), Mao lanzó la Revolución Cultural. Millones de guardias rojos desataron un terror sin precedentes contra la «burguesía liberal»: cualquiera con estudios, con una profesión, con aspecto urbano o con un vecino rencoroso fue denunciado y enviado al campo, la mina o la fábrica para disfrutar de una fase reeducativa de duración indeterminada. La iniciativa, lanzada con un simple cartel anónimo atribuido a Mao, supuso una orgía de tortura y represión, un momento particularmente siniestro del siglo más siniestro.
Mao, en cualquier caso, recuperó un poder absoluto que empezaba a escapársele tras sucesivos fiascos económicos. Su principal rival, el «contrarrevolucionario» Lin Piao, murió en 1971 en un sospechoso accidente aéreo cuando escapaba con su familia hacia la Unión Soviética. En 1972, China empezaba a emerger del caos.
Peyrefitte hizo un trabajo periodístico honesto. Habló con centenares de personas, reflejó lo que había escuchado e hizo notar su propio escepticismo: no parecía demasiado normal que los profesores y funcionarios se mostraran encantados por su reciente «reeducación». No pudo evitar, sin embargo, caer en la trampa de la lógica europea. Supuso que todo aquello había tenido algún sentido, que Mao seguía un plan maestro y que de la Revolución Cultural surgía, por fuerza, un hombre nuevo, un perfecto socialista, despegado del egoísmo y del consumismo. No podía ser, según su lógica, que tanta destrucción, que el sacrificio de una generación entera, no hubiera servido para nada.
Sabemos ya en qué quedó el mito del perfecto socialista. Pero aún no sabemos si la Revolución Cultural sirvió para algo, más allá de la resolución de una intriga de partido. Según algunas interpretaciones paradójicas, el furor popular desencadenado por la Revolución Cultural y fomentado desde el poder inauguró en China algo hasta entonces desconocido: el espíritu de rebelión contra el poder. En ese sentido, la revuelta estudiantil de Tiananmen, en 1989, sería una primera señal de que la Revolución Cultural alteró una pasividad milenaria. Otras interpretaciones sugieren lo contrario: que aquella «revolución» de 1966 demostró una vez más la capacidad ilimitada de las autoridades chinas para utilizar, manipular y reprimir a la población, y que Tiananmen fue un epifenómeno vano.
Peyrefitte, estupefacto, recurrió para titular su libro a un aforismo atribuido a Napoleón: «Cuando China despierte, el mundo temblará». Lenin también lo dijo. Es una forma elegante de expresar una triple idea: que algo pasará con China, que ignoramos qué pasará y que el asunto es preocupante.
¿Ha despertado ya China? Económicamente, no hay duda. El resto del misterio permanece. ¿Habrá un despertar social? ¿Será inmune China a futuras convulsiones? El mundo, por ahora, no tiembla. Se limita a poner su dinero en el negocio del gigantesco desarrollo chino y a observar, con la habitual estupefacción, la voracidad con que China absorbe los recursos naturales del planeta. Como Peyrefitte, suponemos que todo esto sigue un plan. Que el colapso es, por inconcebible, imposible.
El historiador Peter Frankopan señala que el viejo corazón del mundo es de nuevo su centro
Alguna vez todos los caminos llevaban a Roma. Ahora todos llevan a Pekín. En realidad, lo hicieron buena parte de la historia. China, el gran imperio del centro, que eso quiere decir su nombre, fue la gran potencia económica del globo hasta hace tres siglos, cuando la revolución industrial en Europa permitió al mundo occidental despegar. Ahora, en cambio, vivimos un regreso al aspecto del mundo antes de la industrialización. Un aspecto que, recuerda el historiador de Oxford Peter Frankopan, estaba moldeado por lo que ocurría a lo largo de las rutas de la seda que partían de China hasta Europa. Lo mismo, afirma, sucederá con el futuro. No son los tuits de Trump los que importan en el siglo XXI, señala, “son los países de las rutas de la seda” . Europa, lamenta, vive como si aún fuera el actor principal de la película. Estados Unidos, en cambio, ha tomado a China como una obsesión que empujó a la elección de Trump.
Frankopan publicó en el 2015 El corazón del mundo (Crítica) y logró un éxito inesperado mostrando como en las antiguas rutas de las sedas que cruzaban Asia florecieron los grandes imperios antiguos y las grandes religiones. Ahora en Las nuevas rutas de la seda (Crítica) recorre el presente y futuro a través de los nuevos caminos del comercio y las ideas que atraviesan otra vez Asia impulsados por China. Un gigante que en el 2013 lanzó su iniciativa del cinturón y ruta de la seda, que utiliza las antiguas vías comerciales terrestres y marítimas como base para los planes del país frente al envejecimiento de su población, su cambio hacia una economía de servicios y la búsqueda de oportunidades para sus empresas. Y su seguridad geopolítica. La iniciativa ha prometido durante estos años un billón de dólares, sobre todo en préstamos, para financiar cerca de un millar de proyectos de infraestructura en puertos, trenes o carreteras por todo el continente asiático y africano, llegando a Europa.
LA CARA Y LA CRUZ
“En las calles asiáticas sienten que su vida mejora, en Europa cunde el pesimismo” Frankopan recuerda que la idea de rutas de la seda es europea. “A finales del siglo XIX, el geógrafo alemán Ferdinand von Richthofen propuso un término para describir las redes de intercambio que conectaban la China de la dinastía Han con el mundo allende sus fronteras; las llamó las rutas de la seda, una expresión que cautivó la imaginación de los académicos y el público”. Hoy participan en la nueva iniciativa de inversión china, que no tiene límites geográficos y es un paraguas de muchos proyectos, más de 80 países, lo que incluye las repúblicas de Asia Central, los países del sur y sureste de Asia, Oriente Próximo, Turquía, Europa Oriental y diversos estados de África y el Caribe.
El autor repasa los efectos del ascenso chino, ya sea en los mercados del lujo –Prada abrió en la ciudad de Xian el año pasado nueve tiendas– o en la compra de clubs de fútbol y, sobre todo, en la salida de 800 millones de personas de la pobreza en el país. Pero también retrata la expansión imparable de la clase media india, las 12 nuevas puertas que tendrá Tashkent, en Uzbekistán para marcar su posición como corazón de la ruta de la seda o que Irán se ha convertido en un vibrante centro tecnológico de start-ups. Y que para el año 2027 el PIB combinado de las ciudades asiáticas será ya mayor que el de la suma de las norteamericanas y las europeas.
UN CONTINENTE DORMIDO
“Europa vive como si fuera aún el actor principal y sólo ve noticias suyas y enseña inglés” Y aunque el despertar de Oriente no implica que se esté poniendo el sol en Occidente, asegura, la vivencia es radicalmente opuesta en ambos mundos: “En parte todo viene de hace 30 años, cuando cae el muro de Berlín. El liderazgo chino estaba extremadamente preocupado y es un momento clave para que decida la apertura de su economía y sus mercados. Y su economía ha crecido extraordinariamente, 20 o 25 veces. Nosotros hemos sido grandes beneficiarios también con bienes más baratos, pero ahora ese periodo de consolidación se acaba y entramos en un nuevo capítulo”. El mundo es otro: “El Brexit y la cuestión de la identidad en España habla de qué tipo de expectativas tenemos en Occidente del futuro. En Asia muchos estados tienen problemas, pero vas a las calles de Hanoi, Kuala Lumpur o Pekín y la gente siente que la vida se está haciendo mejor para ellos, que son más ricos, la educación y la salud mejoran. En Europa somos muy pesimistas, creemos que a la generación próxima le irá peor la vida. Un sentimiento con bases económicas, atrapados entre unos EE.UU. muy agresivos ahora y, al otro lado, no sólo China, sino también Rusia, India, Oriente Medio. Y en África el cambio demográfico es enorme. Así, las reacciones que tenemos no parecen tan sorprendentes”. Peor aún, subraya, “el 40% de los jóvenes alemanes no creen que la democracia sea necesaria para el éxito de un país. Es terrorífico que piensen que nuestra debilidad es la democracia”.
Y dice que un gran problema europeo es que “estamos alejados de la realidad del mundo”. “Los medios dan noticias europeas, Macron, el Brexit, nada de Corea del Sur o Malasia, en vez de ver las oportunidades y prepararnos. Sólo ahora empezamos a despertar. Pensábamos que estos países iban a ser cada vez más como nosotros, democráticos, con nuestros modelos culturales, y eso es naif y arrogante. El mundo no para de cambiar guiado por la demografía, los recursos y el cambio climático. E incluso para lo que nos importa hoy en Europa, como la ecología, la solución no está aquí: en Filipinas 32.000 millones de bolsas de plástico van al sistema de aguas”. Frankopan denuncia que en Europa “en los colegios se sigue enseñando inglés, alemán, francés, no chino, árabe, ruso o farsi. Creemos que somos lo único que importa”.
CHINA, OBSESIÓN DE EE.UU.
Trump ganó atacando a China. Mattis cree que el modelo chino es el imperio Ming En cuanto a EE.UU., reconoce que Trump es como un culebrón pero no quiere decir que sea ilógico “cuando dice que los países de la OTAN deben pagar más, cuando denuncia a países europeos que invierten militarmente contra Rusia pero construyen oleoductos que les hacen más dependientes de ella o cuando dice a las compañías chinas que vienen a comprar puertos en Valencia que es injusto no poder hacer lo mismo en China”. “Trump es el presidente más poderoso de la historia porque despide a todo el mundo, no escucha a nadie y reacciona impulsivamente y como un emperador, pero es mejor entender los problemas que trata de resolver. China es uno. Antes de ser elegido se puso muy agresivo con China y eso le ayudó a ganar, aunque parte de los puestos de trabajo del los Estados del rust belt estadounidense se han ido por las nuevas tecnologías”. No es sólo él. El que fuera su secretario de Defensa, el general James Mattis, cree que China tiene hoy como modelo el imperio Ming, que exigía a otras naciones que se convirtieran en Estados tributarios y se inclinaran ante Pekín.
En todo caso, dice Frankopan, en EE.UU. se atacan las iniciativas chinas, se dice que no son transparentes o pagables por los otros países y “quizá es correcto, pero, ¿cuál es la alternativa para ellos?”. Además, señala, el dinero que invierte China ha caído porque tiene sus propios problemas económicos.
UN PROYECTO GLOBAL
En la nueva ruta de la seda impulsada por los chinos participan más de 80 países ¿El XXI es el siglo chino? “Muchos que dicen hoy que no por sus problemas internos, decían hace 30 años que cuando China se hiciera más rica sería democrática. No sé si será el siglo de Asia, pero sí que los sitios que realmente importan en el mundo de hoy y mañana están en Arabia Saudí, Irán, India, Pakistán, Indonesia. Son dos tercios de la población mundial, cada vez más rica. No somos ya el principal actor. Una caída de la economía china significa la de coches y trabajos en Alemania. Europa vive una crisis existencial sobre qué significa. Hace falta debatir si integrarnos mejor, una imposición común, políticas de tecnología digital. Frente a eso, el peligro del populismo es la hipersimplificación, eslóganes como Get Brexit done, como si fuera abrir una botella”.
El retorno de las rutas de la seda y el siglo de Asia