Un Siglo no es un Siglo aunque lo parezca y además es exponencial el decrecimiento del tiempo

El siglo XXI cumple 40 años: por qué todo lo que ocurre hoy tiene su origen en 1979

Prácticamente todas las noticias internacionales de los últimos seis meses tienen su origen directo en acontecimientos que se produjeron hace cuatro décadas

La retirada unilateral de EEUU de Siria y Afganistán, el Brexit, los disturbios de los ‘chalecos amarillos’ o el asesinato de Kashoggi… todo se explica en 1979

«Periodo de cien años». Así es como define la palabra «siglo» el Diccionario de la Academia. Pero, en Historia, un siglo no siempre dura lo mismo. Hay siglos de más de cien años. Y siglos de menos.

Por ejemplo, el siglo XX fue, políticamente, muy corto. Para muchos, fue desde el principio (en 1914) o el final (en 1918) de la Primera Guerra Mundial, hasta la caída del Muro de Berlín (en 1989) o la desintegración de la Unión Soviética (en 1991). O sea, entre 71 y 77 años. Todo lo anterior a esas fechas pertenece al siglo XIX. Todo lo posterior, al XXI.

La Primera Guerra Mundial liquidó el orden político del XIX al acabar con «cinco emperadores, ocho reyes y dieciocho dinastías menores», según enumera con precisión notarial el marqués de Salvatierra, Rafael Atienza, en su ensayo Heredar el Mérito, que fue su discurso de ingreso en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Y la caída del Muro y el colapso de la URSS -nacida, precisamente, durante la Primera Guerra Mundial- concluyó la Guerra Fría y, con ella, con el terror al Holocausto nuclear.

Pero el siglo XXI político podría haber nacido diez años antes, en 1979. Y, durante una década, habría coexistido con el XX. Entre 1979 y 1989 el mundo vivió uno de los periodos más intensos de la Guerra Fría. Y, al mismo tiempo, las líneas de fractura que marcan la política mundial de hoy ya habían aparecido. Los 7.700 millones de seres humanos que poblamos la Tierra vivimos a la sombra de lo que pasó en 1979. Y eso también se aplica a los 2.400 millones de personas que aún no habían nacido.

Prácticamente todas las noticias internacionales de los últimos seis meses tienen su origen directo en acontecimientos que se produjeron en ese año: la retirada unilateral de EEUU de Siria y Afganistán, la negociación del Brexit, los disturbios de los chalecos amarillos en Francia, la guerra comercial entre EEUU y China, el asesinato y descuartizamiento en el consulado de Arabia Saudí en Estambul del periodista Jamal Khashoggi, y el bloqueo de las exportaciones de petróleo de Donald Trump a Irán.

La razón es que ese año explotó el islam militante (y terrorista) suní y la Revolución islámica chií. En EEUU surgió la coalición cristiana que forma el núcleo duro de apoyo a Trump, y en Gran Bretaña se sembraron las semillas de la desconfianza de ese país hacia lo que representa la Unión Europea. Brotó el neoliberalismo y, con él, la idea de que el individuo es más importante que la colectividad y que la estabilidad macroeconómica -es decir, una inflación baja- es prioritaria, aunque el precio que haya que pagar para lograrla sea paro, salarios bajos, o precariedad laboral. China se dio a conocer como una potencia política y militar y abandonó el comunismo en favor del capitalismo de Estado en el que el Gobierno decide quién gana y quién pierde en un sistema teóricamente de libre mercado que cada día gana adeptos en todo el mundo. Todo en un año.

La idea de1979 como fecha clave no es nueva. El historiador conservador Niall Ferguson ya la ha planteado. Y el jefe de la sección de Opinión del diario The Washington Post, Christian Caryl, le dedicó en 2014 un libro, Strange Rebels: 1979 and the Birth of the 21st Century (Extraños Rebeldes: 1979 y el Nacimiento del Siglo XXI). Como explicó Caryl entonces a Public Radio International, 1979 fue «un punto de inflexión» que marcó el inicio «de una era conservadora».

Lo que sigue es un repaso de cómo, 40 años después, seguimos atascados en los conflictos de aquel año. Porque 1979 no fue un año en el que se produjera una ruptura clara o se creara un orden nuevo. Al contrario. Fue un año en el que se abrieron unas crisis que, tras cuatro décadas, siguen tan lejos de ser solucionadas como lo eran entonces.

IRÁN

En febrero una coalición liderada por el ayatolá Jomeiní derroca a la monarquía de ese país. En abril se proclama la República Islámica, a medida que los fundamentalistas van imponiéndose a sangre y fuego a sus antiguos socios. En noviembre, un grupo de seguidores de Jomeiní viola la inmunidad de la embajada de EEUU en Teherán y secuestra a 52 diplomáticos de ese país durante 14 meses.

Desde entonces, ambos países están en una guerra fría (y, a veces, caliente, como en 1987 y 1988), mientras Irán expande su revolución y entra en un estado de guerra no declarada contra las dos grandes potencias de la región, Israel y Arabia Saudí. Las guerras de Siria, Yemen, y Afganistán son, totalmente o en parte, consecuencia de esa Revolución. También lo es la decisión de Trump de reinstaurar las sanciones a la exportación de petróleo de Irán en noviembre.

ARABIA SAUDÍ

Casi olvidado, pero tan importante como la Revolución iraní, es lo que pasa en la Gran Mezquita de La Meca, en noviembre y diciembre, cuando 200 integristas la toman al asalto y empiezan a emitir mensajes diciendo que la familia real saudí es «una panda de borrachos, obsesos sexuales y adictos al juego que ha pervertido el islam», según recuerda el entonces corresponsal del New York Times en Líbano y hoy columnista, Thomas Friedman.

La crisis sólo se resuelve cuando Francia envía a Arabia Saudí un grupo de Fuerzas Especiales que son convertidas a toda prisa al islam -«estoy seguro de que se desconvirtieron inmediatamente», explica Friedman- para liquidar a los integristas. Pero las consecuencias duran hoy. «El régimen saudí, que ya había sido desafiado desde fuera por la recién creada República Islámica de Irán, pasa a serlo también desde dentro con la toma de la Mezquita. Así que Riad pacta con los clérigos radicales. Les dicen: «Vosotros bendecís nuestro poder político, y nosotros bendecimos vuestro poder espiritual, y cada uno tiene vía libre para hacer lo que quiera», concluye el periodista.

Según Friedman, hay un segundo trato: «Washington les dijo a los árabes: ‘Seguid bombeando petróleo y, sobre todo, no molestéis a los judíos. Si cumplís esa parte del trato, a cambio podéis hacer lo que os dé la gana: tratad a vuestras mujeres como queráis, mandad a radicales a combatir a donde sea…’». Para el periodista, «es un acuerdo que hoy, casi 40 años después, goza de una excelente salud. Y eso es muy deprimente».

AFGANISTÁN

En diciembre, la Unión Soviética invade ese país. Lo que sigue es una de las guerras más salvajes y olvidadas del siglo XX. Y el primer experimento saudí de expansión de su modelo de islam político. Los voluntarios y el dinero de ese país transforman a la resistencia antisoviética, que pasa de ser tribal y tradicionalista a integrista. En 1996, los aliados de Riad, los talibán, toman el poder en Kabul. Pronto se une a ellos un saudí millonario llamado Osama bin Laden. Cuatro décadas después de la invasión soviética de Afganistán, EEUU y sus aliados siguen combatiendo a los talibán y a Al Qaeda que, ahora, se ha metamorfoseado en un grupo mucho más radical que ha aterrorizado al mundo tanto o más que su predecesor: el Estado Islámico.

GRAN BRETAÑA

Fue sólo por un voto: 311 contra 310. Ése es, el 28 de marzo, el margen de victoria de la moción de censura contra el entonces primer ministro británico, James Callaghan, que tiene que convocar elecciones anticipadas. El resto es historia. Margaret Thatcher gana, y en los siguientes 11 años pone en práctica un ideario cada vez más orientado hacia el liberalismo clásico. Los sindicatos que controlan el Partido Laborista serán pulverizados. Las empresas públicas, privatizadas.

Gran Bretaña no sólo es el lugar de origen, en el siglo XVIII, del capitalismo moderno; también se convierte, tras la Segunda Guerra Mundial, en el creador del estado del bienestar que protege a los ciudadanos «de la cuna a la tumba». Ahora, el Gobierno de ese país se está planteando desmontar, al menos en parte, ese sistema de protección social.

Thatcher, además, reforzará el nacionalismo británico en contraposición al superestado representado por la Comunidad Económica Europea del que saldrá la UE actual. Para ello, contrapondrá el capitalismo anglosajón, más liberal y abierto a la globalización (un término que había sido creado en la década de los años treinta), al capitalismo renano, de Alemania y Francia, que da un papel más grande al Estado. La semilla del Brexit, y también del neoliberalismo y del debate sobre la apertura de las economías a la competencia mundial, queda, así, sembrada. El 13 de noviembre, en Nueva York, el ex gobernador de California Ronald Reagan pronuncia cinco palabras: «Voy a presentarme a presidente». La revolución de Thatcher ha cruzado el Atlántico.

EEUU

La presentación de la candidatura de Reagan puede parecer lo más duradero de 1979 en la primera potencia mundial. Pero no lo es. Más relevancia tendrá la fundación, en junio, de la Mayoría Moral, una coalición de los cristianos evangélicos de ese país con un ideario claro: rechazo al aborto, a la homosexualidad y al comunismo, y defensa del patriotismo, de los valores tradicionales y del Estado de Israel. Su propio nombre es una declaración de principios, porque alude a la «Mayoría Silenciosa» de la que había hablado una y otra vez el presidente Richard Nixon a partir de 1969 para referirse a los votantes conservadores que, en teoría, no se encontraban representados por ningún partido, medio de comunicación, ni movimiento cultural establecido.

La Mayoría Moral sólo dura nueve años. Pero su impacto sigue en 2019. Desde 1979, cinco de los seis presidentes que ha habido en EEUU -la excepción es Barack Obama– han tenido que cortejar el voto evangélico para llegar a la Casa Blanca. Una de las primera figuras públicas de relevancia que apoyó a Donald Trump en la campaña de 2016 fue el reverendo evangélico Jerry Falwell, rector de la Universidad de la Libertad… e hijo del reverendo evangélico Jerry Falwell, el fundador de la Mayoría Moral.

El impacto político de los evangélicos no se circunscribe a EEUU. En 2016, el entonces congresista brasileño Jair Bolsonaro escenifica, pese a su declarada fe católica, una ceremonia de bautismo por inmersión típicamente evangélica en el río Jordán, en Israel. El 1 de enero de 2019, Bolsonaro se convierte en presidente de Brasil con el apoyo masivo de, entre otros, los evangélicos de su país.

CHINA

La China que hoy conocemos se forja en 1979. Por un lado, la China agresiva, que coacciona a sus vecinos y tiene ambiciones neocoloniales, da una muestra de esa nueva confianza en sí misma al invadir Vietnam en enero de 1979.

Es, en teoría, una disputa entre el comunismo soviético -representado por Vietnam, que ha invadido Camboya- y el chino -seguido por los Jemeres Rojos camboyanos-. Pero en realidad es el intento de Pekín de reafirmar que su esfera de influencia en Asia es intocable. Un intento que fracasará, porque Vietnam, igual que antes con Francia y con EEUU, derrota a China, que en marzo se retira del país, aunque los choques fronterizos seguirán una década.

Claro que la lucha ideológica entre las dos formas de comunismo -la soviética y la china- es sólo una excusa. Entre otras cosas, porque China ha decidido dejar de ser comunista. En 1979, las grandes empresas estatales del país son autorizadas por Pekín a producir por encima de la cuota fijada por el Gobierno, y a vender tanto a precios fijados por el Estado como por el mercado. Marx y Mao quedan para los museos. El país más poblado del mundo inicia su andadura hacia un capitalismo supervisado por un Gobierno que se autoproclama comunista.

Éstos son los cambios más dramáticos que se produjeron en 1979 y que en 2019 seguirán marcando la actualidad del mundo. Un mundo que, en realidad, nació hace 40 años.

Lleguir l’article a El Mundo

 

Deja una respuesta