Bastan tres generaciones para que se depriman incluso las ciudades más prósperas
Igual que una insoportable familia instaladas en el quiero y no puedo, una ciudad ensimismada ve por todas partes enemigos a los que acusar
Muchas familias son tanto o más antiguas que las ciudades -léase callejeros- en las que moran. La suerte compartida entre ambas suele ser tan cambiante como caprichosa. De la misma manera que hay familias que deben su fortuna a negocios no siempre confesables adquiridas en las colonias de ultramar o de algún industrial local tan piadoso con implacable, no son pocas las poblaciones cuyo aspecto y carácter serían inexplicables sin el influjo de capitales de sus hijos predilectos, es decir, de los que volvieron a casa forrados o que se enriquecieron a base de convertir a sus paisanos en esclavos industriales.Rara vez perdura más allá de la tercera generación la fortuna tanto de los nuevos ricos como la prosperidad de las ciudades que éstos llegan a controlar. La primera es ostentosa y mezquina; la segunda, ilustrada y deportista, aunque irremediablemente destinada a acabar inmersa en un estado de pereza teñido de melancolía y hastío; la tercera, irreverente y contestataria, pretende vivir del cuento, pese a la menguante fortuna familiar. Esta última gusta de disfrazarse de pobre y abrazar con fingido fervor ideas radicales o religiosas que ni de lejos entienden.Rara vez perdura más allá de la tercera generación la fortuna tanto de los nuevos ricos como la prosperidad de las ciudades que éstos llegan a controlarTal como afecta este fenómeno generacional incluso a las mejores familias, lo mismo ocurre con las ciudades. De pronto una ciudad próspera e ilustrada cae en las garras, primero de unos petimetres ilustrados pero indolentes, para finalmente verse tomada por una tercera generación compuesta de infames gandules quejicas. Éstos son proclives a la invención de un sinfín de astucias y subterfugios con los que pretenden -con escaso éxito- resarcirse de los exceso de sus progenitores, por no hablar del origen -y paradero- oculto de la fortuna familiar.Una ciudad próspera e ilustrada cae en las garras, primero de unos petimetres ilustrados pero indolentes, para finalmente verse tomada por una tercera generación compuesta de infames gandules quejicasQuedan a la vista los primeros síntomas de decadencia cuando una ciudad alcanza esta tercera frase que la va a conducir sin remedio por el carril rápido hacia la más absoluta degradación moral y física. Para sorpresa de todos, resulta tener un recorrido más bien efímero aquello de que quien tuvo, retuvo.Como sucede con una familia venida a menos, una ciudad caída en desgracia no puede disimular indefinidamente el desastroso estado en el que han caído lo que en tiempos eran sus mejores galas. Empieza a saltarse la exigencias básicas de la higiene personal. Se vuelve taciturna y quisquillosa. Sin importarle la monumentalidad del saldo deudor que ha acumulado con los bancos, deja de intentar siquiera cuadrar las cuentas por imposibles y sigue alegremente gastado como si el mañana no existiese.Eso sí, ve por todas partes enemigos a los que acusar de su desgracia. Le da al frasco a escondidas o se chuta cualquier droga o ideología capaz de apartar el insoportable vacío existencial que le roe por dentro. Su discurso victimista aburre tanto como sus ínfulas de buenazo incomprendido. Echa pestes a todo lo foráneo. Gruñe.Una ciudad caída en desgracia ve por todas partes enemigos a los que acusar. Echa pestes a todo lo foráneo. Gruñe.legados a este punto, uno comprende porque los amigos de ataño cambian de acera para evitar el mal trago que representa saludar a alguien que lo único que sabe es dar la tabarra sobre algo que ocurrió por culpa suya pero que de ninguna manera está dispuesto a admitir. Deja de sonar el teléfono. Ya no le visita nadie. Sus incendiarios tuits caen en saco roto. Las calles se llenan de basura y violencia. Todo el mundo se queja; nadie ofrece soluciones. Huele a podrido. Los más listos llevan su dinero a otra parte o simplemente huyen despavoridos.gual que una insoportable familia instaladas en el quiero y no puedo, una ciudad ensimismada camina inexorablemente hacia la insignificancia, la ruina y el caos, pero no antes de haber hecho un ridículo de dimensiones cósmicas. A no ser que…
Igual que una insoportable familia instaladas en el quiero y no puedo, una ciudad ensimismada camina inexorablemente hacia la insignificancia
La ciudades se pueden deprimir, hasta con un mandato… y los mismo en una comunidad autónoma
Bastan tres generaciones para que se depriman incluso las ciudades más prósperas
Igual que una insoportable familia instaladas en el quiero y no puedo, una ciudad ensimismada ve por todas partes enemigos a los que acusar
Igual que una insoportable familia instaladas en el quiero y no puedo, una ciudad ensimismada camina inexorablemente hacia la insignificancia