Por José Ángel Plaza López , Madrid
IN-COM-PA-TI-BI-LI-DAD. Así, en mayúsculas y remarcada sílaba por sílaba, para no olvidarnos de que esa palabra tiene la culpa de muchos problemas de internet, al menos si hacemos caso de Jamie Bartlett, autor de The People vs. Tech, cuyo subtítulo mezcla distopía y esperanza: Cómo internet está matando la democracia (y cómo la salvamos). Bartlett explica a EL PAÍS RETINA el origen de esta amenaza: “Tenemos una antigua democracia analógica con instituciones, reglas y normas que fueron diseñadas para un mundo offline. Y, por otro lado, contamos con una tecnología digital que no sigue esa misma lógica, así que nos topamos con un problema de incompatibilidad”.
Para ilustrarlo, este autor británico, que dirige el Centro para el Análisis de Social Media del laboratorio de ideas Demos, recurre al modelo de negocio de las redes sociales, basado en servicios gratuitos a cambio de datos y publicidad: “Esto incentiva a las compañías a mantenernos enganchados el mayor tiempo posible y a seguir realizando pruebas a escala industrial para captar y retener nuestra atención. El resultado es una democracia cada vez más incapaz de concentrarse sin consultar dispositivos, lo cual daña nuestra propia capacidad para manejar ideas y argumentos políticos complejos, matizados y elaborados”. Bartlett remarca que esta misma razón hace que el contenido “populista, emocional y divisivo” funcione muy bien online porque es más probable que capte nuestra atención y nos mantenga leyendo y haciendo clic.
El reverso oscuro
¿Qué ha ocurrido entonces con aquellos inicios de la Web 2.0 que se vislumbraban prometedores desde el punto de vista democrático? Tal y como recuerda Mayra Martínez, doctora en Ciencias de la Comunicación y Sociología y profesora de Tecnología y Medios de Comunicación en el Aula en la Universidad Camilo José Cela, al principio se consideró que “internet, por su naturaleza ubicua, horizontal y permanentemente accesible, iba a constituir un espacio muy interesante de participación ciudadana”. La Red abriría nuevas vías para influir en las decisiones y en las políticas públicas dando voz y capacidad de auto-organización a públicos que hasta el momento disfrutaban de escasa representatividad social y mediática.
“No obstante, pronto se ha visto el reverso oscuro”, comenta Martínez, que forma parte del grupo de investigación del proyecto europeo Prácticas y perfiles tecno-políticos: nociones emergentes de ciudadanía. En su opinión, los niveles de participación política son más bajos de los esperados, especialmente cuando se trata de deliberar y debatir racionalmente. “Además, hemos presenciado con cierto desánimo cómo en las redes sociales han proliferado discursos xenófobos y de odio, mucho más que en los medios tradicionales. A ello se suma el hecho de que también Estados y corporaciones usan las redes digitales para sus propios fines propagandísticos, muchas veces con mensajes extremistas y sensacionalistas, si no abiertamente falsos”, destaca Martínez.
Aunque parece que aún no hemos alcanzado el punto de no retorno. Antonio Lucas, catedrático de Sociología, señala que el camino a seguir para solventar esos problemas es conseguir que todas las personas entiendan de forma clara la potencia de internet y sean capaces de manejarse en las múltiples posibilidades que ofrece: “Hay que conocer sus cifras y su capacidad de influir, tener una educación digital que el Estado debe asegurar a todos los ciudadanos, ya que el acceso a la Red es uno de los nuevos derechos humanos”. Según Lucas, que lleva más de 20 años investigando los efectos de las nuevas tecnologías en la sociedad, también es necesario educar a los ciudadanos en el amor a la verdad y en el odio a la mentira, así como apreciar la libertad de los demás al igual que la nuestra. “Con ciudadanos educados y amantes de la verdad, si además son liberales e iguales en los aspectos fundamentales, tendremos mucho conseguido”, señala.
Nosotros somos el problema
Mayra Martínez también aboga por esa formación, dado que para ella internet es, en sí mismo, un “espacio neutral” y el uso que hacemos de él es lo que lo convierte a veces en un terreno hostil o en un instrumento para distribuir información parcial o sesgada: “En eso contribuimos todos los usuarios. Claro está que existen grupos de poder con intereses políticos y comerciales muy concretos que disponen de muchos más recursos y, por lo tanto, los destinan en este sentido. Pero ellos tampoco están blindados contra filtraciones comprometidas. De hecho, pese a todo, internet puede compartir con la prensa esa función democrática de vigilancia del poder”.
El efecto Mateo y otros monstruos de internet
“No sé qué sería de mis conocimientos de la realidad sin ordenadores, sin móviles o sin las redes”. Así deja patente el catedrático de Sociología Antonio Lucas la enorme ampliación de la capacidad comunicativa que ha traído internet, aunque reconoce que el desarrollo de esta herramienta también ha derivado en tres consecuencias negativas:
- Nos hace más desiguales. Da poder a algunas personas, áreas geográficas, culturas o ideologías, mientras que a otras muchas se lo niega o incluso se lo quita por falta de capacidad educativa, técnica o económica. Para Lucas, internet refuerza lo que Merton denominó el efecto Mateo: “al que tiene se le da más y al que no tiene se le quita incluso lo poco que tiene. En este sentido, internet aporta una utilidad reforzadora a los que ya poseen una mayor capacidad de utilizar las nuevas tecnologías”.
- Nos convierte en mercancía. Las grandes empresas tecnológicas que dominan internet poseen a los usuarios a través del conocimiento de sus vidas: hábitos, gustos, educación, habilidades, relaciones sociales, necesidades… “Nos pueden ofrecer servicios aparentemente gratis, pero nos venden a nosotros, nuestra capacidad de consumo o de voto. Conocen nuestro ecosistema personal de información que objetivan y venden a través de los filtros burbuja”, recuerda Lucas.
- Nos desinforma. La democracia se podría potenciar mucho con las nuevas tecnologías y de hecho es una tarea que se facilita al hacer asequible en todas partes la propuesta de “un hombre, un voto”. Sin embargo, entre los aspectos contraproducentes de internet encontramos la facilidad para distribuir información basura o de poca calidad, que distrae de temas de más interés o importancia.
Si algo falla, según Martínez, no es internet en sí mismo, sino la estructura social y política, así como la cultura y los valores vigentes, que son al final los que determinan esas prácticas y usos de las tecnologías digitales. Esto es observable en los grandes hitos alcanzados y gestados en las redes sociales como los movimientos anti-austeridad o el feminismo, cuyos mensajes y visiones de la realidad han acaparado el debate público en países como España y que, sin embargo, no han conseguido el mismo alcance en otros lugares que no comparten el mismo grado de libertades civiles o nivel educativo o donde tienen más presencia la censura y las instituciones religiosas.
“Internet es, al fin y al cabo, un reflejo de nuestra sociedad y ejercer controles en el espacio virtual puede resultar antidemocrático y un atentado contra las libertades, aparte de que resulta harto difícil tecnológicamente hablando”, afirma Martínez. Por eso, esta investigadora cree que el mejor antídoto contra los usos poco adecuados de internet es un Estado democrático fuerte, una educación que active el pensamiento crítico en torno a los peligros de la tecnología y una sociedad en la que primen valores clave como la honestidad, la tolerancia, el respeto y la participación responsable: “Asumir estos principios depende de cada uno de nosotros, igual que la transmisión de los mismos a futuras generaciones. Parece claro que la escuela y los medios de comunicación, como agentes socializadores primordiales, aún no han asumido enteramente esta responsabilidad”.