Los humanos compartimos cerca del 60 por ciento del ADN de un plátano, el 80 por ciento del de un ratón, y el 96 por ciento del de un chimpancé. Unos pocos y simples cambios en las letras y tu AGCT podría haber sido el de tu vecino o el de una banana.
La autora, Anne Wojcicki, es cofundadora y directora ejecutiva de 23andMe, una compañía de genómica personal y biotecnología
La primera vez que oí hablar de ADN tenía cinco años. Mi madre le estaba hablando a mi hermana de sus «genes». Yo no entendía. Mi hermana llevaba pantalones cortos, no tejanos [NdT: en inglés, tejanos y genes suenan igual). Pero en cuanto mi madre aclaró que los genes que heredamos tienen el mismo código básico, y que todas las criaturas vivientes de la tierra están formadas con la misma base química, me enganchó.
Cuarenta años después, sigo pensando que el ADN es el descubrimiento científico más fascinante.
El médico suizo Friedrich Miescher fue el primero en identificar el ADN en 1869. A lo largo de los siguientes 140 años, la comunidad científica realizó descubrimientos monumentales que nos han llevado a comprender el ADN, y que han determinado nuestra capacidad de decodificar la vida en la tierra. Pero lo que más me ha maravillado siempre de estos descubrimientos genéticos es la simplicidad y lo común de la vida.
Como humanos, con frecuencia nos damos cuenta de las diferencias existentes entre nosotros, y entre nosotros y otras especies, pero la gran verdad es que todos estamos hechos con los mismos cimientos. Cada ser humano está hecho de la misma combinación de cuatro elementos químicos: adenina, guanina, citosina, y timina (o AGCT). Una simple reformulación de esta combinación de letras basta para obtener la espectacular diversidad de especies de nuestro planeta. Incluso con tres billones de combinaciones de letras en casi cada una de nuestras células, sólo hay un 0,5 por ciento de diferencia entre mi ADN y el ADN de cualquier otra persona del planeta. Las variaciones más grandes que existen en el código genético son responsables de la diversidad de las especies de la tierra. Un plátano, un ratón y un chimpancé parecen bastante distintos los unos de los otros, así como diferentes de ti y de mí, pero su base biológica y la nuestra siguen estando formadas por esas cuatro letras químicas: A, G,C y T. De hecho, los humanos compartimos cerca del 60 por ciento del ADN de un plátano, el 80 por ciento del de un ratón, y el 96 por ciento del de un chimpancé. Unos pocos y simples cambios en las letras y tu AGCT podría haber sido el de tu vecino o el de una banana.
Igual de fascinante puede resultar el hecho de que el ADN no está simplemente unido por cadenas químicas inmutables; evoluciona. Nuestro ADN se aferra al pasado, aprende de él, y avanza de una generación a la siguiente. Si rastreamos ADN humano miles de años atrás, somos capaces de identificar ancestros comunes. Así, se pueden llegar a ubicar los senderos por los que caminaban los hombres y mujeres que nos antecedieron en base a nuestro haplogrupo, e identificar las familias de linajes que descienden de un ancestro común. Si rastreamos nuestra herencia genética millones de años atrás, podemos usar el ADN para identificar ancestros primates. Si vamos aún más atrás -miles de millones de años-, nuestro ADN nos permite identificar el origen de la vida en la tierra. Efectivamente, el ADN es como un libro de códigos que contiene el relato de toda nuestra historia genética, lo que demuestra lo conectados que estamos entre nosotros, así como con otras formas de vida en la tierra.
Me apasiona descifrar el código y entender exactamente cómo esas cuatro letras, tras haber evolucionado durante millones de años, son la causa de nuestras similitudes y también de nuestra espectacular diversidad. Es increíblemente emocionante estudiar el cianotipo de la vida ahora que está a nuestro alcance entender lo que significa realmente.
Sin embargo, también debemos reconocer que los humanos somos diferentes del resto de seres vivos en algo fundamental: tenemos la capacidad de imaginar, innovar y crear. Esta capacidad nos ha permitido abrir camino de maneras extraordinarias, pero también ha impactado en el resto de nuestra comunidad global.
Así que, ¿qué es lo que nos hace humanos? Aunque existe una definición científica clara para las especies humanas, nuestra base química no es diferente de la de otros organismos terrestres. Más que fijarme en las diferencias, yo lo hago en las similitudes. Aun así, al final, lo que nos diferencia a los humanos del resto de vida en la tierra es nuestra capacidad de pensar y avanzar. Dado que abrimos camino, tenemos una responsabilidad -un imperativo moral- no sólo de entender el efecto que causamos en este mundo, sino también de dar un paso adelante y asumir esa responsabilidad. Me gusta pensar que eso es lo que me hace humana.