Democracia identitaria
Ya no hay ‘revolución de las sonrisas’, que se guardan para ‘los nuestros’
La socióloga Helen Fein (1934), experta en genocidios, acuñó el concepto «universo de las obligaciones» para explicar el funcionamiento de los círculos de personas que establecen obligaciones recíprocas entre ellas, delimitando el territorio dentro del cual se pueden plantear las cuestiones morales y, por exclusión, los que no forman parte de ese círculo. El vínculo se establece a partir de criterios como raza, territorio, religión, etcétera.
El Holocausto es un ejemplo de por qué los alemanes que se definían como puros (100% alemán) no incluían a los judíos en su universo de obligaciones (una exclusión que no presupone necesariamente odio específico, aunque tampoco simpatía; simplemente no son ‘de los nuestros’), lo que acabó en una actitud pasiva (‘no es mi problema’) frente a la liquidación sistemática de judíos. Y eso en un contexto en el que, como señala Zygmunt Bauman en ‘Modernidad y Holocausto’, el pueblo alemán no era más antijudío que muchos de sus vecinos.
En el mortal atentado de la Rambla se estableció esa frontera. Era un ataque a nuestros valores occidentales (democracia, tolerancia, etcétera). Por eso la matanza de Al Qaeda el 14 de agosto (tres días antes del atentado de Barcelona) en Uagadugu, capital de Burkina Fasso, donde unos terroristas ametrallaron a los clientes de un restaurante dejando a sus espaldas 18 muertos (casi todos negros y musulmanes), pasó desaperciba: estaban fuera de nuestro universo.
Vayamos ahora al referéndum del 1-0, un proceso avalado por una colectividad amplia cuyo ‘universo de obligaciones’ se establece, simplificadamente, a partir de que es catalán quien ‘se siente catalán’ y acepta el relato de la catalanidad (subyugada por España).
En la medida en que en los últimos tiempos ese universo se ha consolidado, los que quedan fuera por no compartir el relato han ido creciendo en diversidad. Y no nos engañemos: Rajoy y los suyos son obviamente parte del problema, pero no son el problema. Hoy, y después de las últimas dimisiones forzadas en el campo soberanista, se impone un relato sin fisuras, quedando los que no lo comparten fuera del universo de las obligaciones. Y a partir de ahí lo que pueda pasarles resulta indiferente porque no son ‘de los nuestros’. Por eso, cuando los alcaldes contrarios al 1-0 se quejan del acoso que sufren, se les dirá que ese acoso y sus consecuencias presentes o futuras van con el cargo. Aquí ya no hay ‘revolución de las sonrisas’, que se guardan para los nuestros o para los que sin serlo respetan lo nuestro, como es el caso de Arnaldo Otegi, al que se acostumbra a recibir por estos lares como adalid de la democracia, o el de Suso de Toro, novelista gallego indescifrable, que ha dejado dicho que «los catalanes saben que son más cultos y cívicos que la media española y por eso tienen que disimular cuando van a Madrid».
En mi opinión, y ojalá me equivoque, en Catalunya no se está debatiendo sobre democracia plural. Se debate, fundamentalmente, sobre democracia identitaria, que no es lo mismo.