Los Optimistas siempre ganan, aunque el Futuro siempre es incierto

Covid 19: la incierta luz del futuro

por Ramón González Correales

Fotografia de Ricard Le Manz

Busco inútilmente en mi biblioteca uno de los tomos de ejemplares del «Nuevo mundo» que heredé de mi abuelo Ángel. Creía recordar que, más o menos en alguna revista de 1914, había una página entera dedicada a una epidemia de tifus que hubo entonces (encuentro otro reportaje de tifus de 1909), con fotografías de los médicos muertos, todos muy serios con sus barbas o los bigotes que estaban de moda en aquella época. Quizá la ví por primera vez antes de estudiar medicina y estoy seguro que, ni en ese momento ni después, pensé que en mi vida profesional me iba a enfrentar a una epidemia donde el riesgo fuera, ni de lejos, similar al de esos viejos colegas que, en aquella época, no tenían tratamiento ni medios diagnósticos para enfrentarse a aquella enfermedad.

«Nuevo Mundo»: epidemia de tifus 1909

Y sin embargo ha ocurrido. Los médicos (y muchos otros profesionales) nos hemos tenido que enfrentar a un virus mutante básicamente con las mismas armas que tenían ellos si se excluye la capacidad de las UCIs actuales para mantener la función respiratoria y el equilibrio hemodinámico el tiempo suficiente para que algunos enfermos puedan recuperarse con ayuda de antivíricos, antibióticos y otros fármacos para la inflamación. Es verdad que el virus causante se ha identificado casi inmediatamente; que sabíamos que se contagiaba por vía respiratoria (las viejas gotitas Flügge que estudiábamos en «micro» en la facultad y cuyo nombre se había quedado flotando milagrosamente en la memoria); que se han descubierto muy pronto sus características genéticas y que eso ha propiciado que pueda haber pruebas directas e indirectas para identificarlo. Sin embargo, sin tener todavía tratamientos probadamente eficaces o vacunas, es ahora de una evidencia abrumadora que tras, al menos más de mes y medio de epidemia activa, no nos hemos beneficiado demasiado de las ventajas que teníamos sobre nuestros ancestros de hace un siglo y la hemos encarado con protecciones a menudo (muy) insuficientes y sin los test diagnósticos que, con una organización adecuada, nos hubiera evitado las altas cifras de sanitarios contagiados (entre 24-28.000) y haber detectado a los miles de asintomáticos que han seguido trabajando y probablemente se han convertido en vectores de la enfermedad en diversos ámbitos, haciendo patente la tensión entre la visión estrictamente clínica y la epidemiológica. Si se confirma (hay que tomarse todo como hipótesis), la diferencia de mortalidad entre dos regiones de Italia se debió a que alguien que sabía de verdad pudo influir en como se utilizaron los test diagnósticos, las medidas de protección y en la organización general que se derivó de ello.

Fotografia de Ricard Le Manz

Soy consciente que esta epidemia ha cogido al mundo por sorpresa, que debe ser muy difícil tomar decisiones a tiempo, discernir lo que hay de verdad y mentira en las noticias que comenzaron a llegar desde China (cuyos datos siguen siendo muy oscuros); que hay muchos países desbordados de parecida manera (aunque hay diferencias significativas entre ellos y también entre regiones dentro de ellos probablemente por motivos no azarosos); que el mercado de pertrechos de protección y de test diagnósticos debe ser una locura donde naden tiburones de colmillos muy afilados; que debe ser difícil organizar la información y la logística para que lo que se precisa llegue primero a donde de verdad se necesita; que, muy probablemente, hay un juego geopolítico en marcha de dimensiones desconocidas. Puedo comprender todo eso pero ha pasado ya demasiado tiempo y después de 17.209 muertos en España, en el momento en que escribo estas líneas, la mitad de ellos, al menos, fallecidos en Residencias de Mayores es difícil comprender algunas cuestiones, sobre todo si no se recibe una justificación clara, basada en hechos y en argumentos racionales y, a ser posible científicos, de por qué hay cosas que siguen sin abordarse adecuadamente cuando, parece que hay estrategias que se han demostrado más exitosas y, por otro lado, los responsables políticos no paran de repetir, desde hace muchos días, que iban a proporcionar medios para poder llevarlas a cabo.

Fotografia de Ricard Le Manz

Aunque no se saben muy bien las cifras reales, es muy probable que las muertes en Residencias de Mayores supongan un dato escalofriante sobre todo porque, en un número variable de casos, han podido además suceder en situaciones de precaria asistencia médica y quizá sin los adecuados cuidados paliativos. Es difícil no preguntarse por qué a estas alturas siguen sin estar adecuadamente medicalizadas con mucho más personal (quizá con apoyo de la red de pública, sobre todo cuando muchas pueden haberse quedado sin médicos o enfermeros por contagio), con medios de protección adecuados y, por supuesto, con test masivos para todos los internos y todo el personal que posibilitarían aislar con seguridad a los contagiados y proteger a los que no lo están. Por ahora las recomendaciones oficiales (quizá por falta de test) solo los recomiendan a los pacientes sintomáticos y no a los trabajadores asintomáticos cuando podrían ser los grandes propagadores del virus también a sus propias familias. Los positivos asintomáticos en este colectivo pueden ser frecuentes si se tienen en cuenta datos de alguna Residencias donde si se han hecho test totales. A todo esto hay que añadir la delícadisima labor ética (y legal) de decidir quien sería o no subsidiario de ingreso hospitalario, informar a las familias, tener en cuenta su opinión y luego pelear con ambulancias que a menudo no acaban de venir o lo hacen con mil pegas. Situaciones endiabladas en la que los trabajadores que las sustentan están siendo los auténticos héroes de esta crisis.

Fotografia de Ricard Le Manz

“Hermanos míos, habéis caído en desgracia; hermanos míos, lo habéis merecido” clamaba el Padre Paneloux, en La peste de Camus, al principio de su homilía en la catedral con esa indisimulada satisfacción de los que tanto tiempo han esperado que se cumplan sus predicciones y ven en la desgracia la oportunidad para conseguir su «mundo feliz». Es curioso que en este caso oigo más alto los sermones del amplio gremio religioso de los anticapitalistas desde Zizek o Alain Badiou hasta Judith Butler. Nada nuevo en lo que Peter Watson, en la «Historia intelectual del siglo XX«, describe como la escuela filosófica continental (dirigida por figuras como Husserl o Heidegger y que incluye a filósofos como Lacan , Althusser, Gadamer o Habermas y cuyo pensamiento procede en gran medida de Kant, Hegel, Marx y Nietzsche) enfrentada a la filosofía analítica de los positivistas lógicos anglosajones muchos más interesados por la ciencia y por «la explicación, la comprensión y la penetración». Para Watson a pesar de su influencia cultural en Europa (que puede ser crucial en una situación como ésta): «En el siglo XX, lo que podemos llamar razón científico-analítica ha resultado, por lo general muy eficaz; sin embargo la razón retórica ha sido toda una catástrofe«. En el libro explica sus razones.

Fotografia de Ricard Le Manz

Resulta interesante, un poco en este sentido, el análisis sobre la epidemia de John Gray «Adiós globalización, empieza un mundo nuevo. O por qué esta crisis es un punto de inflexión en la historia» un filósofo que ha transitado en su vida desde posiciones izquierdistas hasta liberales (escribió sobre las ideas sobre el liberalismo «agonista» de Isaiah Berlín) y ahora está en un antihumanismo con tintes verdes en una órbita vagamente cercana a Gaia. (se que todo esto puede ser una simplificación excesiva porque he leído muy poco de él y solo me guío por las emociones que me produjo su artículo y lo que picoteé de él posteriormente). También la posición de Henri Levi alguien que partiendo de la misma tradición cultural navega por otras aguas y se muestra muy preocupado de las tentaciones autoritarias del poder que confina y puede utilizar la oportunidad médica (aquí se apoya en Foucault) para limitar la libertad de los individuos en las sociedades abiertas y globalizadas. Sobre los peligros del confinamiento (cada vez más moralizado) también avisan viejos socialistas que no ven clara la estrategia del actual gobierno y anticipan, con palabras demasiado cargadas de significados emocionales, riesgos económicos (que también tendrían repercusión en la salud) enormes.

Fotografia de Ricard Le Manz

Bill Gates que en Octubre de 2019 propició elEvent 201, que ha sido fuente de muchas teorías conspiranoicas aboga por la cooperación internacional pública y privada para enfrentarse a epidemias que pueden afectar a toda la humanidad que necesitaría disminuir su desigualdad no solo por una asunto de justicia social sino también de inteligente egoísmo. Harari avisa de los peligros de control social que podría producir una emergencia como ésta y también aboga por la cooperación internacional frente a las nuevas tentaciones nacionalistas que pueden tener en esta situación una nueva oportunidad. Y por fin el reto de como salir del confinamiento para el que Martin Varsavsky ofrece ideas que, como las de todos, son tanteos en un experimento que no se ha hecho nunca. En este documento pueden leerse cuestiones a considerar en la fase de transición según la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene (SEMPSPH).

Releo y soy consciente de la fragilidad de mi puzzle y de, hasta que punto, estoy noqueado y perplejo por informaciones o lecturas que encuentro en distintos momentos emocionales y olvido y mezclo con mi experiencia en la practica profesional o con los diálogos con gente muy diferente ante la que me posiciono muchas veces de forma contradictoria. Los retos y riesgos que asume el mundo en este asunto son probablemente colosales dada además la falta de altura intelectual y moral de la mayoría de los liderazgos políticos (el choque Trump/Fauci es especialmente indicativo). Es difícil, observando las diatribas políticas, no pensar en «Senderos de gloria» aquella película de Kubrick donde tan bien se contemplan las mentiras con las que se ha construido la historia y se ha justificado el heroísmo. Pero también habría que ser capaces de tener un optimismo expectante sobre como encajaremos este golpe. Habría que recordar, una vez más, a David S. Landes Riqueza y pobreza de las naciones«), aún sabiendo que es, quizá, solo otra forma de fé. No se si como la que tenían los romanos cuando su mundo ya estaba condenado entre otras cosas por el acoso de las epidemias.

«En este mundo, los optimistas se llevan el gato al agua, no porque siempre tengan razón, sino porque son positivos. Incluso cuando están equivocados son positivos, y esa es la senda que conduce a la acción, a su enmienda, su mejoría y al éxito. El optimismo educado y despierto recompensa; el pesimismo solo puede ofrecer el triste consuelo de tener razón.

La gran lección que puede sacarse de lo dicho es que es necesario no cejar en el empeño. Los milagros no existen. La perfección es inalcanzable. No hay milenarismos. Ni apocalipsis. Hay que cultivar una fe escéptica, evitar los dogmas, saber escuchar y mirar, tratar de despejar y fijar los fines para poder escoger mejor los medios.«

 

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