Economía básica: En una sociedad se salvan todos o no es una sociedad

Jean-Claude Juncker: “No fuimos solidarios con Grecia, la insultamos”

El presidente de la Comisión Europea admite que se aplicó una «austeridad irreflexiva» al país
Lluís Pellicer  Estrasburgo 15 ENE 2019  
Jean-Claude Juncker, en el Parlamento Europeo.
Jean-Claude Juncker, en el Parlamento Europeo. VINCENT KESSLER REUTERS

Casi una década después del comienzo de la crisis griega, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, entonó este martes el mea culpa ante el pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo por las medidas impuestas a ese país. Juncker, que presidió el Eurogrupo entre 2005 y 2013, lamentó haber dado “demasiada importancia” entonces al Fondo Monetario Internacional (FMI) y admitió haber aplicado una “austeridad irreflexiva”. “Hemos sido insuficientemente solidarios con Grecia, hemos insultado a Grecia”, clamó.

El Parlamento Europeo se sumó este martes a los actos de celebración del 20º aniversario del euro. Pero a finales de este año hay otra efeméride mucho más agria que Juncker no pasó por alto. Cuando acababa 2009 se desató la crisis griega, que supuso también el arranque de una etapa de inestabilidad financiera que se extendió a Irlanda, España o Portugal. Grecia abandonó el pasado mes de agosto la tutela de sus acreedores, pero todavía está presa de una deuda que equivale al 176,8% de su Producto Interior Bruto (PIB).

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Hace diez años Juncker no estaba al frente de la Comisión Europea, pero sí del Eurogrupo, que reúne a los ministros de Finanzas de la zona euro. Y sobre ese periodo hizo un acto de contricción. “Ha habido una austeridad irreflexiva”, reconoció el jefe del ejecutivo comunitario, en referencia a Grecia. Entre otras medidas, el país se vio obligado a recortar pensiones, subir impuestos, congelar salarios o aplicar tijeretazos en los servicios públicos. Grecia ya no vive tutelada, pero sufre el legado de esa etapa que le arrebató el 25% de su PIB y dejó a un tercio de su población al borde de la pobreza, según Eurostat.

Juncker afirmó que las medidas se tomaron sin la intención de “castigar” a nadie, sino porque había “reformas estructurales” que eran esenciales para el país. Aun así, el actual presidente de la Comisión Europea sí lamentó haber dado demasiado protagonismo al FMI, al que los líderes europeos, a su juicio, dieron “demasiada importancia”. “Éramos varios los que pensábamos que Europa tenía músculo suficiente para resistir sin la influencia del FMI”, resumió Juncker, quien añadió:” Si California entra en dificultades, Estados Unidos no se dirige al FMI. Tendríamos que haber hecho lo mismo”.

Sin embargo, Juncker no empleó ninguno de esos dos argumentos —la necesidad de reformas y la influencia del FMI— para justificar la actuación de la troika —la Comisión, el Banco Central Europeo y el FMI—. “He lamentado la falta de solidaridad. No fuimos suficientemente solidarios con Grecia. Insultamos a Grecia”, sostuvo entre los aplausos de los europarlamentarios.

Éxito y flaquezas

El presidente de la Comisión tiró de su ironía para no abundar más en la cuestión. “He de dejar un poco de suspense para que compren mis memorias, ya he de pensar en esas cosas”, deslizó. Aun así, su discurso sobre el 20º aniversario del euro no fue complaciente. Aplaudió la pieza clave de la moneda única y denunció sus múltiples flaquezas. El triunfo fue la “independencia” del BCE, que posteriormente reivindicaría también el presidente de la institución, Mario Draghi.

Juncker concedió que las instituciones comunitarias han tenido que pelear “en ocasiones” por la autonomía del BCE. Y señaló que ese criterio permitió que la “credibilidad de la moneda única” no quedara “en entredicho en los mercados”. Pero el euro arrastra sus puntos débiles. “Teníamos que construir un gobierno económico en la zona euro”, dijo Juncker, para quien todavía es insuficiente el nivel de coordinación entre países en materia presupuestaria y fiscal. “[Todos esos elementos] siguen estando ahí y no podemos bajar los brazos”, concluyó.

Un ‘mea culpa’ social para reconquistar a las masas europeas

Los nacionalpopulistas abanderan desde hace tiempo un discurso de protección a los perdedores de las sociedades abiertas; los globalistas moderados buscan ahora responder en ese terreno
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, durante un acto celebrado en Souillac, en el sur, para lanzar su iniciativa de debate nacional.

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, durante un acto celebrado en Souillac, en el sur, para lanzar su iniciativa de debate nacional.
Ludovic Marin AP 

Europa asiste a un tímido renacimiento de las políticas sociales tras la durísima década poscrisis de 2008. El bando nacionalpopulista lleva años esgrimiendo el discurso de protección a los perdedores de la globalización como una de sus banderas. Ahora, el bando contrario, los globalistas moderados, emite crecientes señales de querer reconquistar ese terreno. Esta semana, Emmanuel Macron, Pedro Sánchez y Jean-Claude Juncker han lanzado señales en ese sentido con el inicio de un gran debate nacional (en Francia), la presentación de los Presupuestos (en España) y la entonación de un mea culpa sobre la gestión de la crisis griega (la Comisión Europea).

Hubo un tiempo en el que pertenecer a la UE —al sistema que encarnaba— sumaba años de vida y todos lo sabían o percibían. Las clases populares más que nadie. A finales de los años ochenta, los ciudadanos de Polonia, Ucrania y Bielorrusia tenían la misma esperanza de vida: unos 71 años. A partir de ahí, los tres países vecinos tomaron un rumbo muy diferente. En Polonia, que desde la caída del muro entró en la órbita de la UE y se unió al club europeo en 2004, la esperanza de vida ha subido siete años, hasta los casi 78 de hoy. En los otros dos países, con los que Polonia comparte en buena medida clima y estilo de vida, el incremento no llega a dos años. La UE ha supuesto cinco años de vida más para los polacos. Las clases populares del continente sabían o percibían que el bloque europeo y su modelo significaban progreso y bienestar. Fue así durante décadas.

ESPERANZA DE VIDA

Años

Fuente: ONU. EL PAÍS

Hoy gran parte de esos segmentos sociales han perdido ese convencimiento. Los síntomas de una rebelión de las masas, que diría Ortega y Gasset, están por doquier. La precarización del mercado laboral, los recortes de los servicios sociales y abundantes casos de corrupción han minado la fe en el sistema y en las familias políticas que lo construyeron. El diagnóstico está claro, y ahora asistimos en el continente a una inmensa batalla política para desactivar (los moderados) o cabalgar (los nacionalpopulistas) esa ira contra el sistema. Paradójicamente, la acción de ambos frentes tiene un denominador común: la protección social. Observemos algunos de los movimientos más recientes y significativos.

Tras una primera fase de presidencia muy liberal, Macron intenta un viraje social. Su respuesta a la protesta de los chalecos amarillos fue una subida ipso facto de 100 euros del salario mínimo (que era de 1.500 euros brutos). Esta semana ha lanzado un gran diálogo social con el que pretende escuchar a los ciudadanos para transformar la cólera en soluciones. La carta pública con la que ha presentado el debate arranca con una referencia a la solidaridad y la cohesión social. Termina señalando que las propuestas ciudadanas serán la base para “un nuevo contrato para la nación”. Dos siglos y medio después de su publicación, El Contrato Social de Rousseau parece estar en las cabeceras de muchos líderes.

En España, Pedro Sánchez empuja en una línea parecida. En diciembre su Gobierno aprobó la mayor subida del salario mínimo desde 1977, con un salto del 22% (de 735 a 900 euros). Esta semana ha presentado unos Presupuestos con profundas medidas sociales –entre ellas, un incremento del 59% de la dotación para el capítulo de gastos de dependencia-. En paralelo, Sánchez busca anclar el sostén de funcionarios y pensionistas con subidas de sus prestaciones. Estos dos grupos configuran, junto a las élites liberales y las clases urbanas cosmopolitas, los pilares que sostienen el sistema. El rechazo crece en cambio en las bolsas sociales que flotan abandonadas, con escasos medios y formación, en las junglas laborales o en las periferias.

En un gesto con menos sustancia pero con alto valor simbólico, el presidente de la Comisión Europea entonó el mea culpa en un pleno de la Eurocámara: “Hemos sido insuficientemente solidarios con Grecia; la hemos insultado”, dijo.

El bando nacionalpopulista, por su parte, entendió y trató de responder al anhelo de protección de los perdedores de la globalización mucho antes. El Movimiento Cinco Estrellas ganó en Italia unas elecciones con su promesa de un subsidio universal de ciudadanía, que le granjeó un voto plebiscitario en el sur del país. Ahora, en el poder, lucha semana tras semana para mantener una apuesta con un coste brutal para las desangradas arcas italianas. La coalición de Gobierno italiana también maniobra para suavizar las condiciones de acceso a la jubilación.

En Polonia, el ultraconservador PiS ganó las elecciones con la promesa de un generoso subsidio de familia que sedujo a la zona profunda del país.

En Hungría, llamativamente, Viktor Orbán enfrenta en estos días uno de los mayores retos de su mandato. Y es precisamente una reforma laboral de corte antisocial —conocida como la ley de esclavitud— la que suscita importantes protestas callejeras. Este mismo sábado hay convocadas manifestaciones.

Europa fue desde su génesis un proyecto impulsado por las élites. En sus primeras décadas, logró conectar paulatinamente con las clases populares. Posteriormente, el vínculo se rompió. Ya antes de la crisis de 2008 hubo múltiples síntomas. Los daneses votaron contra el Tratado de Maastricht en 1992; los irlandeses, contra Niza en 2001; franceses y holandeses, contra la Constitución Europea en 2005; en 2008, otra vez los irlandeses, contra Lisboa; en 2015, los griegos contra el nuevo rescate. En todos estos casos las élites políticoeconómicas maniobraron para obtener un resultado sustancialmente igual al rechazado por las urnas.

Ahora, parecen entender que es el momento de escuchar y proteger a los desfavorecidos.

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